Geografía política: José Murat

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En política nada es fortuito. Todo tiene causalidad, móviles que generan consecuencias. Hay factores concretos que cambiaron drásticamente la geografía política del país en julio de 2018. Esas razones de fondo –no narrativas subjetivas para diluir responsabilidades– no pueden desatenderse desde una necesaria posición crítica, especialmente por los partidos que construyeron la historia reciente de México.

No todo puede explicarse como desgaste de los partidos que por años dieron sentido a la geometría política, centro, derecha e izquierda, como si el proceso de erosión fuera una simple tendencia histórica, efecto inevitable. Hay tendencias universales, pero sobre todo, actores políticos con nombre y rostro que no estuvieron a la altura de los reclamos del pueblo de México.

Una de las causas exógenas es un creciente voto antisistémico en las democracias occidentales. El voto favorable al Brexit, en junio de 2016, contra las dirigencias del Partido Conservador y del Partido Laborista; el triunfo de la derecha neofascista en Estados Unidos, en noviembre de ese año, rebasando a los partidos Republicano y Demócrata, y la balcanización política que eclipsó a los partidos tradicionales en Italia en marzo pasado son parte de esta ola contrainstitucional.

En el propio subcontinente latinoamericano, la desaparición de los partidos que gobernaron Venezuela la segunda mitad del siglo XX hasta quedar sólo Acción Democrática como fuerza institucional opositora y añeja da cuenta de este fenómeno antisistémico.

Lo es también la nota reprobatoria a las democracias latinoamericanas, donde sólo uno de cada 20 ciudadanos se siente satisfecho con su sistema democrático, según Latinobarómetro 2017.

Pero en México no todo es tendencia histórica. Para empezar, los gobiernos de la alternancia fallida, de 2000 a 2012, con Vicente Fox y Felipe Calderón, no pudieron impulsar el crecimiento económico más allá del propio incremento de la población, no redujeron la pobreza, no abatieron la desigualdad ni garantizaron la seguridad de los mexicanos.

Crecimiento nominal de 2 por ciento, 53 millones de pobres, extremos de opulencia e indigencia y 60 mil muertos en la ineficaz guerra contra el narcotráfico son las cuentas que entregó el panismo gobernante. Eso explica, además de los desaciertos de campaña, la votación más baja de su candidato presidencial, Ricardo Anaya, en toda la historia de elecciones competitivas.

El retorno del PRI al gobierno federal, en 2012, imprimió un nuevo dinamismo a la democracia mexicana, impulsando reformas modernizadoras que la nación esperó por décadas: la reforma en materia de competencia económica que diluyó en buen grado a los monopolios; la reforma en telecomunicaciones que eliminó el cobro de larga distancia y redujo tarifas; la reforma laboral, con todo y sus puntos de controversia, que incentivó la generación de empleos; la reforma al sistema de justicia que agilizó los procesos judiciales; la reforma financiera que hizo más accesible el crédito a empresas y familias, entre otras, un total de 14 reformas estructurales.

Sin embargo, la respuesta inoportuna al caso Ayotzinapa, la falta de transparencia en algunos temas de resonancia mediática, la persistencia de la violencia en amplias franjas del país y el mantenimiento de indicadores altos en materia de pobreza moderada (si bien se redujo sustancialmente la pobreza extrema) son factores que incidieron en la derrota estrepitosa del partido gobernante.

Pero sobre todo, hay que decirlo claro, la falta de capitalización de los activos y una operación política ine-ficaz, reactiva y a la deriva del equipo de campaña, con protagonistas alejados de las necesidades y exigencias de un México ciudadanizado y crítico, que ya cambió, da cuenta puntual de la derrota. Como en la fábula de la rana que murió porque no se dio cuenta de que la temperatura subía hasta que se quemó, en sectores cupulares del PRI sólo se percataron de la magnitud del hartazgo hasta que fluyeron los resultados adversos. Algunos ni siquiera ahora dimensionan la caída.

Este recuento de errores, omisiones e insuficiencias no niega mérito a la campaña exitosa, fruto de la perseverancia y la consistencia del mensaje, del hoy presidente electo, Andrés Manuel López Obrador.

Pero para el PRI, y también en su medida para el PAN y para un PRD que corre el riesgo de ser absorbido totalmente por la nueva fuerza emergente de izquierda, Morena, no hay mañana: o se refundan o se refunden, se extinguen.