Escalada: Renward García Medrano

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Maquiavelo. Uno de los grandes secretos del momento consiste en saber adueñarse de los prejuicios y pasiones populares a fin de provocar una confusión que haga imposible todo entendimiento entre gentes que hablan la misma lengua y tienen los mismos intereses.[1]

Primero fue un recurso legitimador, y funcionó. Más tarde fue un medio para mantener altos índices de popularidad, y también funcionó. En 2009 fue catapulta para ganar las elecciones intermedias, y no funcionó. Fue un medio para debilitar a gobiernos estatales desafectos y llenar de culpas “al pasado”, y funcionó parcialmente. Se usó y se usa para construir la imagen de un gobierno fuerte, y no ha funcionado.

La guerra contra el narcotráfico fue una apuesta mayor que está perdiendo el país. Al paso de los meses y los años, el número de muertos crecía pero eso no era relevante, pues se advirtió desde el principio que la guerra llevaría tiempo y costaría dinero y vidas humanas: nadie puede llamarse a engaño.

Algunas familias de clase media acomodada –las únicas con cierto acceso a los medios– empezaron a reclamar por sus muertos y desaparecidos, y formaron organizaciones. En respuesta se organizaron reuniones para despresurizar el descontento, y funcionaron.

Vamos ganando, señor presidente. El crimen organizado está alarmado, desesperado, disperso; se están matando entre ellos, están haciendo el trabajo del poder público y ya van 40 o 50 mil. Claro que a veces mueren inocentes, como los 53 del incendio en Monterrey y no sé cuántos que sólo pasaban por allí: son daños colaterales, se dijo al principio; ahora se dan condolencias.

Javier Sicilia exigió que se devolviera el nombre a los muertos, a su hijo y a los otros. El de su hijo, sí, faltaba más; los demás nombres quedarán en el anonimato, y no porque se les menosprecie, sino porque no hay registros ni actas de defunción ni nada. No hay Estado.

A Sicilia hubo que escucharlo porque es un poeta y colaborador relevante de una revista temible. Otros no valen la pena y son demasiados. ¿Cómo escucharlos?

 Hubo una mujer en Ciudad Juárez que se negó a darle la mano al presidente y su acto de dignidad llegó a los medios, sólo para extinguirse en unos cuantos días.

En el camino se han encontrado fosas clandestinas, descuartizados, colgados de los puentes, torturados… seguramente eran criminales. Además, no hay un poeta ni un medio poderoso que exija guardar sus nombres en la memoria. Nadie sabe ni sabrá nunca cómo se llamaron. ¡Qué más da!

Coinciden el poeta y el presidente en su religiosidad. El escapulario –enviado y entregado de buena fe– sirvió para elevar los índices de aceptación del presidente, lo marcó como uno de nosotros, los ciudadanos hartos de la violencia. Hasta el beso a Beltrones pudo haber redituado algunas centésimas de punto… en bien del presidente.  Vamos bien.

Sicilia exige el fin de la violencia y el presidente reafirma su estrategia de choque. La estrategia es correcta y hay que profundizarla. La perseverancia es una virtud y el temple de los hombres se muestra en los momentos más difíciles.

Las palabras no significan nada, ni siquiera las del poeta… y ya mostró que puede perder la paciencia. No es problema, si alguna vez lo fue. No hay de qué preocuparse.

Todo el poder mediático está volcado a reforzar la estrategia: la violencia se tiene que ahogar con violencia, diga lo que diga Fox. Y mejor no traigo a la memoria hechos ni nombres de hoy y del pasado  que demuestran ese axioma.

Bien aprovechada, la violencia exacerba el pánico social propicio a todos los excesos del autoritarismo. Dice la periodista hondureña Guadalupe Gómez Quintana en referencia a un libro de la socióloga Naomi Klein:

“Las sociedades en estado de shock, como el aterrorizado preso que confiesa los nombres de sus camaradas y reniega de su fe, a menudo renuncian a valores que de otro modo defenderían con entereza. Y presas del miedo, en busca de alguna certeza y cobijo, se tornan dispuestas a aceptar las soluciones cuidadosamente pensadas para controlarlas”.

El miedo colectivo es necesario para el “tratamiento de choque” que según Klein aplicó Pinochet por consejo de Milton Friedman: “reducciones de impuestos, libre mercado, privatización de los servicios, recortes en el gasto social, y una liberalización y desregulación generales”. ¿Le suenan familiares estas medidas?

El enemigo inasible ha cambiado de nombre en estos cinco años: ya no es el narcotráfico ni el crimen organizado; a raíz del infierno de Monterrey, se llama terrorismo.

Si hay terrorismo en México, también hay aquí una amenaza a la seguridad nacional de Estados Unidos y los estrategas militares de ese país no van a creer que todo fue un exceso verbal.

En su artículo El miedo como distracción, Octavio Rodríguez Araujo escribió hace algunos meses que Hobbes, citado por Furedi, “argumentaba que la gente debe ser persuadida de que entre menos desafía al estado de cosas y al poder, mayores ventajas habrá para la comunidad y para los individuos. Esto es, la aceptación y no la protesta, el conformismo y no la búsqueda de cambios (porque éstos también dan miedo)”.

El presidente convoca una vez más a la unidad nacional. ¿Unidad nacional en torno a qué? ¿A una estrategia fallida que ha enlutado cincuenta mil veces al país y que puede poner en riesgo la democracia?

No. La unidad nacional por la paz es necesaria y urgente, pero en torno  a objetivos y acciones sensatos, eficaces, aprobados por el Congreso de la Unión, que representa a la Nación y a la República, y sustentados en el consenso social.

Unidad para construir una cultura de leyes; para demandar una política económica que promueva la inversión y el empleo y una política social que supere la pobreza en vez de perpetuarla; unidad para impedir que el miedo colectivo se use para sacrificar las libertades, desprestigiar las instituciones y socavar la democracia.

Unidad nacional para exigir que las elecciones de 2012 se celebren en todo el país y que se respete y haga respetar la voluntad popular.



[1] Maurice Joly. Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu, pp. 54 y 55. Muchnik Editores. Barcelona, España, 1974.  ISBN 84 7264 0280