Esa montaña…: Miguel Ángel Sánchez de Armas

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Para mi adorada Mariposa, en su primer Medea.

 

 

 

Hace algunos años, la nomenklatura de la división de posgrados de la FCPyS de la UNAM me vetó para cursar el doctorado en esa facultad. Mi solicitud cumplía con los requisitos académicos a más de comprobar una larga trayectoria profesional y numerosas publicaciones. Una secretaria me informó del rechazo, algo sorprendente ya que es un comité el que valora y decide sobre las peticiones de admisión. Por un descuido de la secretaria vi anotada en mi documentación la leyenda “no entrevistar”, seguida del nombre y firma de una profesora que ahí ha de jubilarse, primero dios.

 

El episodio me confirmó que como en política, también la Academia está poblada de tribus estériles que se protegen entre sí. Como me acompañaba mi hija, pude compartir con ella una enseñanza: nunca debe uno medirse por la extendida comunidad de los mediocres. Proponerse una meta es el compromiso personal de llegar pese a los obstáculos, las voces del desánimo, el pegajoso y mexicano unto del “pá’qué”, del “qué caso tiene”, del “a’i se va” o del “así son las cosas” seguido del alza de hombros.

 

Nos tomamos una foto frente al edificio de la facultad, con el documento de rechazo al frente y el dedo medio apuntando al cielo, en gráfica expresión de la importancia que nos mereció el desaire.

 

Hoy aquella fotografía está lado al lado de otra, captada ésta en la Universidad de Sevilla tiempo después, cuando en su 550 aniversario esta casa de estudios me invistió con el grado de doctor sobresaliente cum laude. Ahí aparecemos con los pulgares al cielo.

 

Traigo a colación esta anécdota porque hoy mi hija debuta en Londres en el papel estelar de Medea de Eurípides después de haber tenido la valentía de seguir su propio camino y, en desafío de muchas voces y obstáculos, abrirse paso con alegre pero indeclinable determinación en uno de los ambientes profesionales más competidos y demandantes de las artes: el de las escuelas inglesas de teatro clásico. Ella es una de un puñado de jóvenes mexicanos que se han distinguido en ese ámbito. Y yo, claro está, soy el padre más orgulloso del mundo.

 

Como aprendí de Manuel Buendía, y como no me canso de repetir a mis alumnos y a los jóvenes con quienes tengo el privilegio de convivir, no hay meta que no se pueda alcanzar si se tienen el deseo, la decisión y la disciplina intelectual. Algo así quise comunicar en una columna de hace tiempo que hoy comparto de nuevo con mis lectores:      

 

Se atribuye a Simone de Beauvoir la conmovedora sentencia que explica la chatez y medianía tan extendidas en el espíritu humano: “Cuando alguien apunta a la luna, ¡hay imbéciles que sólo atinan a mirar el dedo!”

 

Quizá porque somos un gremio muy visible, los periodistas damos frecuentes y penosas muestras de esta cortedad. En una conferencia de prensa un reportero que no terminó la preparatoria es capaz de regañar a un reconocido jurisconsulto. Y graves y acartonados magísteres del análisis político conjugan lugares comunes para catequizar y reprender a los mortales desde sus columnas.

 

Por fortuna no es infrecuente que la mediocridad de unos arroje luz sobre la grandeza de otros. En 1922 en una conferencia en Nueva York, George Mallory se enfrentó a una turba de reporteros que exigía explicara las verdaderas razones de su insistencia en llegar a la cúspide del Everest. Mallory estaba confundido y mortificado. Su temperamento inglés le impedía comprender la curiosidad gritonera de los gacetilleros. Dos veces había intentado conquistar a la montaña y dos veces las inclemencias del tiempo y las dificultades del terreno habían frustrado su propósito. Finalmente alzó la mano para pedir silencio. Recorrió con la mirada fría de sus ojos azules al auditorio y dijo sencillamente: “¡Porque está ahí!”

 

¡Porque está ahí! Con esa frase Mallory dio nombre al germen que dispara las grandes proezas. ¿Por qué llegar a la luna? ¿Por qué escribir esa novela? ¿Por qué buscar infatigablemente una nueva vacuna, un fármaco mejor, un combustible renovable? ¿Por qué enfrentarse al poder público o a las limitaciones personales para cambiar el estado de las cosas? ¿Por qué enfrentar a los severos hijos de la Pérfida Albión que custodian el acceso a los santuarios del teatro clásico? Estas y un millón de preguntas más tienen su explicación en el apotegma de Mallory, quien, fiel a sí mismo, en 1924 subió por tercera vez a la montaña y perdió la vida. Su cadáver congelado fue hallado cerca de la cumbre 75 años después, en 1999. Nunca se supo si falleció unos metros antes de la meta o de regreso. Creo que no importa. Su ejemplo es lo que vale.

 

El 1 de diciembre de 1955 en la ciudad de Montgomery, capital del racista estado de Alabama, una costurera negra de 42 años, Rosa Parks, decidió no ceder su asiento en el autobús a un patán blanco como le ordenara el patán conductor de la unidad. No hay registro de sus palabras, pero me gusta pensar que dijo: “¡No, ya estoy harta!” No habrá faltado quien aconsejara: “Señora, quítese, atrás están los lugares de los negros, así son las cosas”. Rosa Parks se mantuvo firme. Presto llegaron los gendarmes y echaron a un calabozo a la peligrosa mujer y fue enjuiciada por “desobediencia civil”. Esta sencilla determinación detonó uno de los más grandes movimientos pro derechos civiles del siglo y convirtió a la costurera en un icono mundial.

 

En México hay bizarros ejemplos de fortaleza espiritual. Una chica llamada Gaby Brimmer pasó la vida en una silla de ruedas afectada de parálisis cerebral. Sólo podía mover el pie izquierdo, y con esta gran capacidad, que todos los demás tenían por limitación, fue a la universidad, estudió literatura y se hizo poeta. Escribía señalando las letras en una tabla con el dedo del pie. Elena Poniatowska supo de ella y escribió un libro que la hizo conocida. Gaviota pudo dar conferencias y promover la causa de las personas con parálisis cerebral. Su vida fue llevada a la pantalla. Se creó un premio nacional de rehabilitación con su nombre y su ejemplo fue el motor para atender a muchos seres humanos antes condenados a vegetar en espera de la muerte.

 

Gaby murió el 3 de enero del 2000. En un poema había escrito: “Quiero morir en un día de invierno gris, feo y frío, / para no tener tentación de seguir viviendo. / Moriré en esa época del año, / porque de todo el mundo he recibido frío. / Quiero morir en invierno para que los niños hagan sobre mi tumba muñecos de nieve”.

 

Cuando en 1812 en el sitio de Cuautla el general Almonte rompió una barricada y avanzaba para tomar la plaza, un niño de 12 años, Narciso Mendoza, desafió a las balas para acercar una tea a la mecha de un cañón cuyo disparo frenó el avance realista y puso a Morelos a salvo. En septiembre de 1810, Juan José de los Reyes Martínez, a quien llamaban “El Pípila”, se arrastró a la Alhóndiga de Granaditas con una losa en la espalda y prendió fuego al portón, abriendo así el paso al ejército de Miguel Hidalgo. Bien recordamos las hazañas de los cadetes de la Escuela Naval de Veracruz y del Colegio Militar que se negaron a dejar la plaza y perdieron la vida luchando contra el invasor norteamericano en 1857 y en 1914.

 

El 18 de marzo de 1938, el general Lázaro Cárdenas expropió las empresas petroleras extranjeras que desde fines del siglo XIX sangraban al país. México pasaba por uno de los momentos más difíciles de su historia. Se puede decir que la nación se jugaba el futuro. Un gobernante menos decidido, con menor enjundia y patriotismo, o sencillamente ayuno de compromiso, hubiese reculado ante las empresas y la amenaza de una invasión norteamericana. Cárdenas, y su amigo y mentor Francisco J. Múgica, decidieron correr el riesgo en contra de la opinión generalizada del momento, por la sencilla y profunda convicción de que ése, y no otro, era su deber.

 

Por doquier hay ejemplos de seres que se han negado al conformismo: indignado por un gobierno que mantenía la esclavitud y libraba una guerra injusta contra México, Henry David Thoreau se negó a pagar impuestos y fue a la cárcel. En 1849 publicó Sobre el deber de la desobediencia civil, en donde dice: “Hay miles cuya opinión es contraria a la esclavitud y a la guerra con México, pero nada hacen para poner fin a estos males… y esperan que otros pongan remedio para así tranquilizar sus conciencias”. En 1906, inspirado en gran medida por Thoreau, Gandhi inició la lucha no violenta llamada satyagraha, que ya sabemos a dónde condujo. Siguiendo el ejemplo de Gandhi, en los sesenta Martin Luther King encabezó el movimiento por los derechos civiles de los descendientes de los esclavos del siglo XIX. Vean ustedes cómo una acción individual sí puede tener consecuencias que muevan a la sociedad y cambien al mundo.

 

Desafiar a la mediocridad nutre la autoestima y nos lleva a cumbres insospechadas. ¡Felicidades, Ana Rebeca!



 

Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.

7/12/11

@sanchezdearmas

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