¿Es por confianza en su triunfo, o por la preocupación de su gobierno, que hoy AMLO pide votos para sus legisladores?: Adrián Ortiz

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En sus últimos spots de radio y televisión, el candidato de Morena Andrés Manuel López Obrador cambió radicalmente el sentido de su discurso, y dejó de orientarlo al llamado “proyecto alternativo de nación” o a su figura en específico, para centrarlo en el voto a los candidatos a diputados federales y senadores por su partido. En alguna lectura política, ese cambio se interpretó como parte de la confianza del tabasqueño sobre su fortaleza y posible triunfo; aunque más bien, esto debe ser visto como la preocupación por la aparente imposibilidad de romper la inercia de la pluralidad en la integración de las cámaras federales, y con ello ver frenados —frustrados, quizá— los objetivos de su gobierno.

En efecto, una de las cuestiones por las que desde hace al menos dos años se ha acusado a López Obrador de inequidad en la larga carrera por la presidencia de la República, es porque siendo éste Presidente Nacional del partido Movimiento de Regeneración Nacional, utilizó los tiempos oficiales de radio y televisión para proponer no las propuestas o la plataforma de su partido, sino esencialmente su figura y algunos mensajes muy concretos. Ello, desde el inicio, estableció la idea de que Morena era inexistente sin Andrés Manuel o que, en el mismo sentido, Morena era en realidad un simple vehículo institucional del tabasqueño para apuntalar sus aspiraciones presidenciales, y para poder acceder formalmente a la postulación por la vía partidaria.

Los resultados han sido claramente redituables. Pues además de que las propias condiciones del país le han terminado dando la razón —en apariencia— a lo largamente denunciado por López Obrador, mucho ha tenido que ver para su crecimiento y reposicionamiento como candidato presidencial, el hecho de que ha estado largamente expuesto a los medios masivos de comunicación, y que hasta ahora ha encontrado en el proceso de preparación de las campañas a dos candidatos grises que no han tenido la capacidad de superar sus respectivos lastres e inconsistencias de sus equipos de campaña.

A todo eso se suma hoy el hecho de que López Obrador tiene cautivada a una importante masa de votantes entre los militantes de su partido, y sus simpatizantes. Por eso no ha sido raro que en los últimos años, los únicos actos de campaña de miles de candidatos de Morena a cargos de elección popular hayan consistido en la toma de la fotografía —a veces fotomontaje— con el tabasqueño, para asociar las imágenes y los nombres a los de López Obrador, y así tener cierta ventaja frente a sus competidores.

Lo cierto, en todo esto, es que hoy López Obrador se asume claramente como un candidato robusto que ya no necesita seguir alimentando el ego de la imagen, y que más bien tiene que comenzar a preparar las condiciones para su gobierno. En esa lógica, lo que en un inicio pudiera verse como un desplante o un acto de soberbia, en realidad parecería estar más encaminado a generar las condiciones que hacen falta para poder consolidar un gobierno cómodo que le permita los márgenes para cumplir con su polémico y contradictorio programa de gobierno, y con las promesas concretas que también ha lanzado.

Si a Andrés Manuel le queda claro que aún en una democracia incipiente como la nuestra, sería imposible gobernar por decreto, entonces le debe preocupar sobremanera no ganar los suficientes espacios en el Congreso.

GOBIERNO SIN FUERZA

Andrés Manuel López Obrador ha dicho que de llegar a ser Presidente podría tomar decisiones del tamaño de la cancelación de la obra del nuevo aeropuerto en la Ciudad de México, la venta del avión presidencial, la cancelación de las reformas educativa y energética, y la modificación de los esquemas de combate a la corrupción y de nombramiento de los integrantes de órganos del Estado a los que la Constitución federal ya les reconoce plena autonomía, y sobre los que señala que su nombramiento es potestad del Congreso y no del Ejecutivo.

A estas alturas, a López Obrador le debe quedar claro que habría algunas decisiones que sí podría tomar y procesar como Presidente, pero que habría otras sobre las que simplemente no podría actuar. En el caso de la cancelación del nuevo aeropuerto o la venta del avión presidencial, tendría que establecer innumerables condiciones no sólo relacionadas con las acciones del Ejecutivo, sino también con la forma en que el propio Estado procesa los compromisos que contrae de forma institucional.

No obstante, todo cobra mayor complejidad cuando se asume la sola posibilidad de que el tabasqueño quisiera cancelar la reforma educativa o la energética. En ambos casos, la implementación y seguimiento de las reformas se encuentra en manos de órganos constitucionalmente autónomos —el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, en el caso de la reforma educativa; y la Comisión Nacional de Hidrocarburos, entre otros órganos no dependientes ni de Pemex ni de la Secretaría de Hacienda, en el caso de la reforma energética— y no del Ejecutivo, como para que él quisiera encabezar los trabajos de desmantelamiento de dichas reformas.

Más aún: el propio Andrés Manuel sabe que en el caso de reformas como la educativa, tendría que ser su obligación no sólo la de impulsar la derogación de las disposiciones actuales, sino también y sobre todo, la de suplir esas normas por otras. Sería imposible pensar que podría derogar la reforma educativa —con todo el entramado legal que eso implica— para simplemente dejar todos los temas educativos en la situación en que se encontraban antes de la reforma. El principio constitucional y convencional de progresividad de las normas que contienen derechos humanos —y el derecho a la educación es uno de ellos— impedirá una derogación lisa y llana y le terminará imponiendo la obligación de quitar una reforma educativa para impulsar otra.

Todo eso debe estarle preocupando a Andrés Manuel, a partir de una cuestión bastante concreta: está entendiendo que a pesar de la autocracia de su partido y de la verticalidad de las decisiones en el partido político que él comanda, al país no podrá administrarlo de la misma forma. Habrá diversos contrapesos a los que se tendrá que sujetar, y tendrá también que someterse al desgaste ciudadano que implicará el hecho de que deje de ser el líder opositor para convertirse en el presidente en turno.

 

SALVARSE EL FUTURO

Por esa razón hoy debe estar particularmente preocupado por impulsar el voto para sus candidatos a diputados y senadores, como una forma de allanarse el camino de su posible gobierno, pero también de salvarse —al menos parcialmente— del implacable juicio de los ciudadanos que ya están enojados, y que aún con su triunfo, seguirán molestos como hasta ahora.

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