Elites voraces: Renward García Medrano

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El último informe del gobernador Enrique Peña Nieto, los discursos que pronunció en su campaña presidencial y el de toma de posesión, que sintetizaba las ideas expuestas en todos los anteriores, me hicieron pensar que el nuevo presidente era en realidad un político pragmático, como afirmaban quienes parecían conocerlo, y que más allá de sus deseos, había entendido que el país no podría continuar por el camino seguido en los últimos tres decenios sin sufrir un colapso social y económico mayor, y se había dispuesto a emprender los cambios que fueran necesarios.

Me preocupaba entonces, y me preocupa más ahora, que los cambios propuestos por el presidente y ampliados, aunque sin suficiente concreción, en el Pacto por México, generarían fuertes resistencias entre las élites económicas del país, las cúpulas del viejo sindicalismo corrupto y corruptor, los feudos políticos de gran parte de los gobernadores, grupos y personajes políticos cercanos al presidente y los poderosos y encapuchados grupos “legales”, que son cómplices o incluso empleadores del narcotráfico, el contrabando y robo para abastecer  a la economía informal y otras actividades delictivas.

En estos primeros nueve meses de gobierno se han sentido las presiones de esos llamados poderes de facto. En algunos casos, como el de Elba Esther Gordillo, el gobierno dio un manotazo sobre la mesa, pero las estructuras de manipulación y presión del SNTE y la CNTE están intactas y siguen bloqueando la reforma educativa y chantajeando a los gobiernos locales y federal. En otros casos, como el de las telecomunicaciones, los grupos de interés movilizaron a “sus” diputados y senadores para limar la iniciativa presidencial.

No obstante, el Pacto había fortalecido al Estado y cada avance lo embarnecía aún más. Sin ser más que un acuerdo entre las cúpulas partidistas y el gobierno, tampoco era menos que eso: incluía propuestas importantes del PRI, el PAN y el PRD y era de tal manera general, que sólo señalaba los temas y los rumbos, pero dejaba que el Congreso de la Unión, donde están representados la nación y el pacto federal, determinara sus términos definitivos, resultantes del juego de pesos y contrapesos, no entre las instituciones democráticas, sino entre los poderes reales.

 Pero pronto los políticos fallaron, y lo hicieron a costa de los programas sociales, que si bien no resuelven los problemas de pobreza y pésima distribución del ingreso, sí atenúan el hambre. Desde algunos gobiernos, particularmente el de Veracruz, esos programas se usaron para ganar votos a cambio de apoyo, y desde los partidos se introdujo un “adendum”, cuyo contenido ya estaba en la Constitución y las leyes.  Luego amenazaron con abandonar del Pacto que ellos mismos habían firmado.

 En la lógica desquiciada de la política mexicana, el Pacto, que parecía ser una lista de temas acordados, se convirtió en rehén de los grupos en pugna dentro de los partidos políticos, singularmente el PAN.

 Entre los muchos y vergonzosos episodios de las reyertas entre Cordero y  Madero, destaca la acusación a éste de colaborar con el gobierno y la respuesta “política” del acusado: para demostrar la falsedad de la imputación, Madero condiciono la permanencia del PAN en el Pacto a que las elecciones fueran limpias, y la limpieza la calificaba él. Algo similar, aunque menos grotesco, ha ocurrido entre los dirigentes del PRD.

Lo grave de este juego es que pone en evidencia que la esencia del acuerdo dado a conocer el 2 de diciembre de 2012 era ficticia, que gran parte de las cúpulas partidistas no tiene más interés que acrecentar su poder y aniquilar a sus enemigos internos o externos y que nada cambiará a menos que se satisfaga los intereses mezquinos de cada grupo político, en todos los partidos y en todo el territorio nacional.

 Mientras tanto, los grandes problemas nacionales siguen complicándose. No hace falta mucho esfuerzo para imaginar el drama social que representan las cifras de pobreza difundidas el lunes por el CONEVAL: en 2012 había 53.3 millones de pobres, 45.5% de la población; de ellos, 11.5 millones están en la pobreza extrema.

 ¿Y quiénes son los pobres?

Los que están hasta abajo. Los taxistas, por ejemplo, los voceadores o las vendedoras de tamales tienen más ingresos y menos necesidades que los requeridos para ser pobres, según las definiciones del CONEVAL; son pobres, por ejemplo, el niño vendedor de dulces que fue humillado por un imbécil funcionario municipal de Villahermosa.

Pero los políticos creen que su deber es amenazar al gobierno con abandonar el Pacto para afianzarse en las dirigencias o quitar a los que están en ellas. La economía sigue estancada, y el gasto público no se ejercerse a tiempo: se habla de impulsar el crecimiento y el empleo, pero se toman decisiones para frenarlos.

Con estos políticos y estas decisiones concretas, la idea del presidente de hacer los cambios que sean necesarios sin importar si corresponden o no a los modelos preconcebidos o a los prejuicios, puede naufragar y con ese fracaso se perdería la oportunidad de alejar al país del abismo.