El voto útil panista será clave para la derrota de Anaya (y de López Obrador): Adrián Ortiz Romero Cuevas

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Margarita Zavala se fue sola del Partido Acción Nacional, y eso no debería sorprender a nadie. En descargo de Ricardo Anaya, hoy se sostiene que la renuncia al partido blanquiazul de la esposa del ex presidente Felipe Calderón no implica más que un salto al vacío en sus aspiraciones presidenciales, y que de todos modos el panismo seguirá articulando la considerable estructura electoral que planea combinar con la del PRD. Lo que no toman en cuenta, es que en el umbral de la jornada electoral nadie como los panistas se enfrentarán al dilema del voto útil. Ello, a partir de algunos antecedentes, podría ser lo que cambie el ambicioso destino de Anaya, y del paso el de Andrés Manuel López Obrador.

En efecto, en nuestra entrega anterior apuntábamos que Ricardo Anaya Cortés es al PAN lo que Roberto Madrazo Pintado fue al PRI en 2006. Lo decíamos en lo relativo a cómo en la construcción de la candidatura presidencial priista de aquel año, Madrazo se dedicó a menospreciar, segregar y golpear a todos demás aspirantes a la candidatura presidencial de ese partido, y cómo al final todos esos factores se terminaron alineando en su contra cuando se tuvo el dilema de la orientación del voto útil, que en la fase previa al día de la elección se establece ya no para la congruencia, sino para llevar al triunfo a alguien, o para provocar que cierto candidato pierda.

Eso fue lo que pasó en 2006 con Madrazo Pintado y el efecto que eso tuvo sobre la primera candidatura presidencial de Andrés Manuel López Obrador. En aquellos años, Madrazo golpeó a prácticamente todos los factores de poder al interior del PRI que intentaban hacerle contrapeso. Madrazo consideraba que a pesar de eso, contaría con el respaldo de los gobernadores emanados del PRI bajo la premisa de que ellos serían los primeros beneficiados de volver a tener un presidente emanado de su propio partido, como era en el pasado.

Quizá Madrazo nunca consideró que ese escenario de la verticalidad priista había muerto en el año 2000 y que por ende no volvería nunca. Por esa razón, cuando llegó el umbral de la jornada electoral —la semana previa—, y los factores de poder al interior del priismo se dieron cuenta que sería imposible ganar, orientaron su voto útil hacia Felipe Calderón. En ello hubo, ciertamente, una razón de pragmatismo político.

Pero también fue producto de una venganza, de un castigo —y del rechazo— de la clase gobernante priista en las entidades federativas, en contra de las prácticas caciquiles, totalizadoras, segregadoras y de sometimiento bajo las cuales, en un contexto de profunda inequidad, el propio Madrazo había construido su candidatura presidencial desde la dirigencia nacional del PRI, torpedeando desde ahí a los demás grupos y haciéndose un traje estatutario a modo de sus necesidades y ambiciones presidenciales.

Acaso, el razonamiento de los gobernadores priistas era simple: teniendo un presidente de su propio partido, ellos mismos terminarían de forma voluntaria con los amplios márgenes de maniobra y de poder que les dejó la alternancia del año 2000. Ellos no serían los que se auto infligirían dicho castigo. Y menos lo harían con un presidente que, como candidato y como dirigente partidista, demostró no tener congruencia, ni honor, ni capacidad de inclusión, pluralidad y autocrítica.

Por eso, en el año 2006 fue la mayoría de los gobernadores priistas quienes impulsaron con mayor ahínco el voto útil orientado a sumarle votos a Felipe Calderón —que hasta unos días antes de la elección presidencial tenía un margen mínimo de desventaja sobre el tabasqueño— y así evitar que ganara el entonces Candidato Presidencial del PRD que era —ya desde entonces— un enemigo común del centro y la derecha en México.

Eso explica en gran medida el resultado electoral de aquel año. Y tiene que ver mucho con lo que podría pasar ahora.

 

MARGARITA Y EL PAN

Margarita Zavala se fue sola, y dejó al PAN en manos de un Ricardo Anaya que ha demostrado ser un político sin honor, sin palabra y sin capacidad de interactuar con quienes no están de acuerdo con él ni se pliegan inopinadamente a su voluntad. A partir de eso, es cierto que Margarita tendrá que comenzar desde cero la construcción de su propia plataforma política y su estructura electoral, y que eso no le resultará nada fácil. Mientras, Anaya seguirá controlando al Partido (que desde hace años tiene una militancia elitista, que tiene varios lustros sin crecer ni renovarse) y quizá pueda conseguir su codiciada candidatura presidencial. El quiebre vendrá cuando se acerque el momento de la jornada electoral. ¿Por qué?

Porque si el PRI impulsa a José Antonio Meade Kuribreña como candidato presidencial, éste tendrá como misión natural fungir como una bisagra entre el priismo y el panismo que gobernó en los años previos —con él en los gabinetes legales y ampliados, en los tres sexenios—, y como un factor de estabilidad para el sistema político, del cual son actores centrales los gobernadores de todos los partidos.

Ahí es donde Anaya se enfrentará a los demonios que está creando: sin embargo, ya para entonces será muy complicado que logre hacer permear —él, o quien sea su candidato presidencial— una imagen de certeza, inclusión y cumplimiento de compromisos —aspectos que sí garantiza Meade— en medio de la historia a partir de la cual se habría de la candidatura presidencial a través de actos de segregación, de exclusión y de porrismo al interior de su partido.

Por eso, será ahora el panismo quien se enfrente al dilema del voto útil: votar a favor de Meade que representa un punto de equilibrio entre las dos fuerzas, y ofrece certeza en el cumplimiento de los compromisos, y no de un liderazgo anodino y totalitario como el que hasta ahora ha representado Ricardo Anaya. Ese será el verdadero punto de rompimiento de las estructuras panistas, y muy probablemente esa sea la ruta a partir de la cual se desmorone la “estructura electoral” que ahora mismo dice Ricardo Anaya que no se fue con Margarita Zavala.

En el fondo, los procesos electorales no escapan a las circunstancias. Y en México, en las tres últimas elecciones presidenciales, ha quedado claro lo poderoso que puede llegar a ser la orientación de estructuras y el llamado al voto útil.

 

ADVERSARIO COMÚN

¿Qué tiene que ver AMLO en todo esto? Casi nada: Que, de nuevo, el voto útil jugaría en su contra. Como ha sido antes, y como —no hay razón para no pensar— que así será ahora.

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