El más triste de los alquimistas: Miguel Ángel Sánchez de Armas

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Cierta noche de bohemia en un café de la ciudad de México con su amigo René Tirado, Jorge Cuesta escribió en una servilleta: “Porque me pareció poco suicidarme una sola vez. Una sola vez no era, no ha sido suficiente”.

 

Esas palabras, dice Rodolfo Mata, se convirtieron en profecía cumplida “pues efectivamente, el suicidio de Cuesta tiene que ser revivido por cada lector que se interna en su Canto a un dios mineral ” con el ánimo de entender el poema.

 

Entre los espíritus excepcionales que pueblan la vida e historia veracruzana Jorge Mateo Cuesta Porte Petit tiene un nicho especial. Aunque enlistarlos a todos entrañaría el riesgo de establecer jerarquías, preferencias y calificaciones, confío en no correr riesgo alguno al estimar que Jorge Cuesta es uno sobresaliente.

 

Hace 68 años en el sanatorio del doctor Lavista en Tlalpan se quitó la vida este cordobés atormentado cuya deslumbrante inteligencia vivía protegida en una personalidad oscura y compleja, poliédrica diría yo, que en materia de letras se conducía con rigor científico y en la vida científica era muy capaz de utilizar su propio cuerpo como campo experimental.

 

Cuesta nació en Córdoba en el seno de una familia dedicada al cultivo de la caña, el café y la naranja. A los 18 años se trasladó a la Ciudad de México a terminar sus estudios en la Escuela Nacional Preparatoria y cursar una carrera en la facultad de química de la UNAM. Conoció a Gilberto Owen y se integró al grupo de los Contemporáneos en donde fue la figura intelectual más poderosa e incómoda. En su obra podemos encontrar el germen de muchos de los pensamientos políticos y literarios de Octavio Paz, quien habría de polarizar la siguiente generación literaria mexicana, aquélla reunida en torno a Barandal, y que se veía a sí misma actuante en un mundo altamente politizado en el cual la revolución socialista de octubre que parió a la Unión Soviética marcaba un sendero a seguir.

 

Me parece que por desconocimiento, por incomprensión hacia su obra o por una inconfesada reticencia hacia la evocación de su historia, a Jorge Cuesta se le venera en ciertos ámbitos mientras se guarda silencio en otros. Respetados analistas se han dado a la tarea de la recopilación de la obra de Cuesta y el análisis de su producción literaria, pero sigue pendiente un estudio específico sobre el valor y las implicaciones de su trabajo periodístico.

 

Sin duda la calidad de poeta de Jorge Cuesta fue determinante para su trabajo ensayístico y periodístico. Pero, oh ironía, a su escritura informada y precisa aquello le añadía cierto rebuscamiento que sin duda limitaría a los escasos lectores que conseguía la letra impresa en la década de los treinta.

 

Al analizar su personalidad no se debe perder de vista su formación científica que nunca dejó de ejercer. En su natal Córdoba trabajó en el ingenio El Potrero en donde perfeccionó un sistema para la destilación de ron. Fue funcionario de una agrupación profesional de químicos y desarrolló diversas sustancias cuya efectividad probaba en su propio cuerpo, a la manera de los alquimistas medievales. En cierta ocasión quedó durante varios minutos en estado cataléptico después de ingerir una pócima destinada a provocar ciertos procesos de conservación vegetal. Era, en descripción de Elías Nandino, “completamente ajeno a su cuerpo. Su existencia se consumaba por su evasión. Como el radium, se hacía presente por el poder que esparcía. Su cárcel molecular quedaba borrada ante la fuerza de su irradiación […]”

 

Su otra persona, la literaria y artística por así decirlo a riesgo de trivializar la descripción de este complejo y alucinante personaje, la encuentro en un pasaje de Octavio Paz, quien lo conoció en 1935 siendo estudiante y Cuesta ya un ensayista admirado: “Eran los días en que se debatía el tema de la ‘educación socialista’. La disputa llegó a la Universidad. El Consejo Universitario discutió con pasión el asunto. Los estudiantes nos agolpábamos en los patios y los corredores del edificio. La lenta marea humana me empujó hacia las puertas en el momento en que salía Cuesta. Alto, delgado, elegante, vestido de gris, rubio, ojos de perpetuo asombro, labios gruesos, nariz ancha, extraña fisonomía de inglés negroide. Comenzó, en medio de la multitud y los gritos, una conversación entrecortada. A los pocos minutos dijo:

“-¿Le interesa mucho lo que ocurre aquí?

“-No demasiado. ¿Y a usted?

“-Tampoco. Lo invito a comer.

“Salimos de San Ildefonso y Jorge me llevó a un restaurante. Mi emoción y mi nerviosismo deben de haberle divertido. Era la primera vez que yo comía en un lugar elegante ¡y con Jorge Cuesta! Hablamos de Lawrence y de Huxley, de Gide y de Malraux, es decir, de la curiosidad y de la acción. Esas horas fueron mi primera experiencia con el prodigioso mecanismo mental que fue Jorge Cuesta. Al hablar de mecanismo no pretendo deshumanizarlo; era sensible, refinado y profundamente humano. Pero su inteligencia era más poderosa que sus otras facultades; se le veía pensar y sus razonamientos se desplegaban ante sus oyentes como si fueran algo pensado no por sino a través de él. Una noche tuve la rara fortuna de oírlo contar, como si fuese una novela, uno de sus ensayos más penetrantes: El clasicismo mexicano. Luego me envió un ejemplar de la revista en la que aparecía el ensayo; al leerlo, el deslumbramiento inicial se transformó en algo más hondo y más duradero: una reflexión que todavía no termina. Desde aquellos días mis ideas sobre la literatura han cambiado pero, sin la conversación de aquella noche, tal vez yo no habría comenzado a pensar sobre estos temas. Tampoco habría logrado hacerlo con un poco de rigor e independencia.” 

 

 

El grupo Contemporáneos tuvo, con justicia, el sello de la intelectualidad, lo cual no puede ser un calificativo. Gracias a los Contemporáneos un reducido sector de la cultura mexicana dio entrada a la producción literaria mundial. Tuvieron la osadía de romper con la tradición artística mexicana del nacionalismo y, parafraseando a Fernando del Paso, obtuvieron legítimamente invitación al gran banquete de la cultura mundial contemporánea.

 

Este carácter es sumamente acusado en Cuesta. Pero se puede señalar una subdivisión en su obra. Junto a los profundos ensayos como el que recuerda Paz y su breve obra poética –que por cierto no vio publicada en vida- habita una producción que a riesgo de parecer herejía llamaré periodística. Ésta, guardadas todas las distancias y proporciones, podría compararse con las habituales columnas políticas que encontramos hoy en casi todos los diarios. Cuesta abordaba temas cotidianos de la sociedad: lo mismo las consecuencias sociales y económicas de una campaña gubernamental contra el alcoholismo que reseñas sobre obras de teatro o asuntos político-sociales de la capital y los estados. Los textos de Jorge Cuesta son un híbrido entre la nota informativa y el artículo de fondo.

 

Me arriesgo a que los marmóreos espíritus del Olimpo Académico me condenen al Hades literario por mi sacrílega lectura de Cuesta, pero me asalta la tentación de solicitar opiniones de reporteros noveles sobre los textos del poeta sin ubicar las fechas en que fueron escritos. Puedo casi asegurar que simplemente supondrían que se trata del trabajo de un colega, si bien les sorprendería el estilo, los giros del lenguaje y la abundante cultura e información que se desprende de la escritura y de la que carecen la mayoría de las notas que pueblan el periodismo mexicano actual.

 

Se ha vuelto un lugar común, quizá manoseado en exceso, la sentencia aquella de “sentir el olor de la tinta” para explicar la vocación periodística. Pero en Cuesta resulta exacta en el sentido de su pasión casi incontrolable por la letra impresa. A pesar de que su infortunada historia personal hace que algunos lo comparen con los poetas malditos -aquellos cuyo destino incomprendido era el arte literario, marcado además por una vida atormentada- nada parece más lejano del escritor cordobés. Cuesta tuvo una presencia constante en medios culturales de la época y por supuesto en la revista Examen que fundó en 1932. Quizá pocos periodistas contemporáneos a los 38 años –edad en que murió- han logrado publicar en tantos medios impresos como lo hizo este autor.

 

Los temas sociales, aquellos que definen su reflexión sobre la circunstancia del país en la década de los treinta y que señalan la naturaleza del periodismo en Jorge Cuesta, fueron publicados en diarios como El Universal y El Nacional. ¿Un poeta político? Definitivamente sí, porque la defensa de la causa literaria y artística de los Contemporáneos, en una circunstancia de ruptura, de aparición de corrientes y tendencias, significaba ineludiblemente una lucha política.

 

Alguien podría sugerir que en el gremio periodístico actual cada reportero es una publicación en potencia, lo cual sin duda resultaría en un panorama catastrófico de proyectos editoriales fracasados en lo económico y periodístico, entre otras razones por la ausencia de lectores, especie casi en extinción en nuestro país. A comienzo de los años treinta, sin embargo, la vida cultural mexicana encontraba ventanas a las que asomaba con sorpresa. Los Contemporáneos hicieron una gran contribución en este renglón. La cultura mundial se introducía a nuestro país, en buena medida gracias a ellos, con prevalencia de la cultura europea y específicamente la dedicación a la literatura francesa, sin olvidar el interés de Tablada por los hai-kus. Así, una publicación como Examen fue no sólo el  vehículo que daba cauce a las inquietudes de un grupo de artistas e intelectuales, sino que fue el proyecto editorial adecuado e imprescindible a una importante causa de la cultura mexicana.

 

En una época en que la aparición de corrientes llevaba aparejada la necesidad de su defensa porque el proceso de ruptura y recomposición se produce en poco tiempo, la adopción de las tendencias se convierte inevitablemente, como ya lo he dicho, en una lucha política. Ramón Xirau nos recuerda que los movimientos que se inician en Europa repercuten en Latinoamérica hasta matizarse y adquirir orientaciones propias: creacionismo, ultraísmo, estridentismo… “En todos ellos hay elementos de juego. En los mejores representantes de cada uno de ellos existe una honda necesidad de crear nuevas realidades que trasciendan al mundo cotidiano. Son muchos los escritores que surgen en los años 20 y con ellos […] nace un nuevo Siglo de Oro de nuestras letras”. Xavier Villaurrutia, el escritor con el mayor reconocimiento internacional, así como el resto de los Contemporáneos, incluido Jorge Cuesta, fueron partícipes de este movimiento.

 

Por otra parte el campo de batalla de Cuesta en la defensa del movimiento literario no se restringía a la poesía. Protegió a la escritura de cara a los representantes poder. Su exigencia por el respeto a la libertad de expresión es digna de encomio en los anales del periodismo, sobre todo en relación con la época. Con una extraña mezcla de valentía e ingenuidad, pero con una firmeza sin réplica, se rebeló contra la censura, lo mismo frente a funcionarios guatemaltecos cuando Carlos Mérida sufrió los embates de la burocracia de ese país, que cuando luchó en los tribunales contra la censura de Cariátide, la novela de Rubén Salazar Mallén.

 

Salazar Mallén, autor de la novela, y Jorge Cuesta como director de la revista Examen en la que se publicó un fragmento de la misma, fueron acusados de ultrajes a la moral, acusación que debieron enfrentar ante los tribunales.

 

Como derivación de esta circunstancia Cuesta envío cartas lo mismo al procurador de justicia que al secretario de educación pública. Los argumentos que se encuentran en esa correspondencia hoy podrían parecer de uso corriente en casi cualquier medio de difusión, pero no lo eran en modo alguno en el México de 1932. Cuesta denunció de manera abierta el uso que el poder hacía de la prensa para ejercer la censura y por supuesto el comportamiento del Excelsior de la época en las acusaciones de procacidad, pues fue a instancias de este diario que se inició el juicio contra los escritores.

 

La firmeza y las convicciones de su papel como periodista, como director de una publicación y como artista hacen de Jorge Cuesta no sólo un mejor escritor sino un verdadero ejemplo para el periodismo mexicano. Se trata sin duda de una fuente en la que se debe abrevar más a menudo.

 

Cito, para terminar, a Rodolfo Mata: “Cuesta aparece en claroscuro como un ‘sueño de la razón’. Y si como escritor la oscuridad le era reprochada reiteradamente, cuenta Xavier Villaurrutia en su In memoriam: Jorge Cuesta, esto le divertía al grado de hacerlo sonreír y hasta reír. Después de todo, la muerte de ‘el más triste de los alquimistas’ dejó el rastro de una oscuridad multiforme, proteica –y por eso semi-demoníaca-, que se repite y se reescenifica en [su poema] Canto a un dios mineral ”.

 

 

Profesor – investigador en el Departamento de

 Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.