El gabinete: Mario Arturo Mendoza Flores

Print Friendly, PDF & Email

Durante al menos los últimos 5 sexenios se consolidó un juego consecuencia de esa forma de hacer política tan oscura y de bajo nivel que los gobiernos priístas adoptaron como una forma de ejercicio ordinario. A ese juego se le conoce como “especulación” y consistía –en copretérito, lo subrayo—  en un ejercicio poco transparente de filtrar nombres de personajes que aspiraban a ocupar un puesto en la cercana administración gubernamental, por lo que  incluso llegaban al extremo de autopromoverse, con el único propósito de hacerse notar y llamar la atención del futuro gobernador electo. Incluso hubieron (¿o debo escribir que hay?) quienes se hicieron expertos en la materia, a grado tal que hasta montaron sus despachos para ofrecer dichos servicios.

 

Virtudes, cualidades, lealtades, trabajos ejecutados y hasta favores realizados salían a relucir en los medios escritos y electrónicos, todo con tal de hacerse notar y mandarle el mensaje al gobernador que uno estaba dispuesto a “ofrendarse” por el bien del estado. Frases perfectamente construidas para demostrar disposición e interés fueron acuñadas en forma magistral: “estoy dispuesto a sacrificarme por el pueblo”; “a sus órdenes señor gobernador”; “siempre he sido leal a la causa”; “soy un soldado de la democracia”; “estoy presto a servirle a la ciudadanía”; “siempre supe que usted era el bueno”, son tan sólo algunas de ellas. Y la clase política –como ya lo escribí recientemente—a fuerza de hacer reiteradamente lo mismo, se acostumbró a que esa era la forma de hacerse notar y alcanzar un puesto en la función pública. Cómo olvidar esa frase tan célebre de “no me dé, tan sólo póngame donde hay” que por décadas fue como un requisito sine quan non de funcionarios que veían –otra vez uso el copretérito— a la administración gubernamental la forma de hacerse ricos y obtener poder. Por eso nos fue como nos fue.

 

Algunos de esos personajes carecían del perfil idóneo para desarrollar tal o cuál actividad; pero como eran buenos cantantes, contadores de chistes, excelentes carga maletas, barberos especializados y hasta aduladores profesionales, de repente aparecían en un puesto de alta responsabilidad y terminaban justificando su arribo con un “por fin me hizo justicia la revolución”. Fue así como vimos a  Arquitectos a cargo de la finanzas estatales, Licenciados en derecho a cargo de la auditoría gubernamental, cuasi bachilleres al frente de las obras públicas y así por el estilo. O sea, se pagaba la sumisión, la amistad, la complicidad; pero no se reconocía el prestigio personal y profesional de quien se postulaba. De ahí la corrupción que tanto molesta e irrita al pueblo oaxaqueño que el pasado 4 de julio votó por un cambio en la forma de hacer las cosas. Es por eso que escribo estas líneas.

 

Y debo ser muy claro, la persona menos indicada para hablar del tema del próximo gabinete es su servidor; pero sí, con ese derecho que me otorga el haber sido uno de los cientos de miles que votamos por un cambio en la forma de ejercer el poder, es que me atrevo a hacer algunos comentarios de lo que la ciudadanía espera. En primer término los oaxaqueños esperan ver en el gabinete que habrá de acompañar al Gobernador Gabino Cué a gente con una calidad moral incuestionable, lo que significa que no tenga antecedentes de corrupción, de autoritarismo o de complicidad con gente que si los tiene. Pero adicional la población espera a funcionarios con nuevas actitudes, insisto ya nos más “fantoches” o presumidos de que tienen todo el poder a su alcance y que sólo lo ejercen para demostrar aires de grandeza; ya nos más personajes que sólo se acercan al pueblo cuando de ir al pedir el voto se trata. Ya no más “trapecistas” que horas antes de la votación juraban fidelidad por un candidato, para horas después acercarse al candidato triunfador y jurarle lealtad. Hoy la gente lo dice, espera ver caras nuevas, formas diferentes de ejercicio público, profesionales de prestigio, con una trayectoria laboral impecable, pero particularmente gente honesta y preparada para ocupar la función que se le encomiende. El cambio por el que se sufragó el pasado 4 de julio tiene muchas lecturas y una de ellas sin duda es “chango viejo, no aprender maroma nueva”.

 

Debo ser más específico, con mis palabras no quiero señalar que quienes ya estuvieron en alguna administración llámese Diodorista, Muratista o incluso la Ulisista, no tengan la posibilidad de aspirar a un puesto en el próximo gabinete. Quienes me conocen saben que siempre he dicho que gente buena y con capacidad hay en todos lados;  y que los partidos políticos y las administraciones pasadas no son la excepción; aunque también remato que gente mala también la hay en todas partes. A lo que voy es que con toda seguridad el Gobernador triunfador, Gabino Cué, tiene toda la calidad moral y el derecho de establecer requisitos mínimos a quienes anhelan en ser parte de su gabinete: su declaración patrimonial, la prueba del polígrafo y el examen toxicológico que él mismo en forma voluntaria se realizó, tan sólo por señalar unos ejemplos. Y concluyo diciendo que ese juego de la “especulación” que se dio en los tiempos del PRI ya no son válidos para un gobierno que tiene que hacer las cosas en forma distinta a los anteriores. Por lo que habrá de decirles a aquéllos que ya se sienten secretarios e incluso que ya están repartiendo posiciones, que se están equivocando. Que el cambio por el que se confió pasa por supuesto por la forma innovadora en que el Gobernador habrá de seleccionar a sus colaboradores; ya que será él y nadie más que él, quien asuma los resultados de la misma. Vaya que la ciudadanía con ese derecho que le da el haber sido parte del triunfo histórico de la oposición, se convertirá –se ha convertido debo escribir—en la principal censora de los anuncios que en temas del nuevo gobierno se han hecho. Las cosas cambiaron y a quien no se haya percatado de ello, hay que decírselo cuanto antes.

 

A quienes se acostumbraron a ese juego priísta de la especulación y de la autopromoción habrá que decirles “Dalay, dalay”. Qué tanto es esperarse tantito; ¿o no?