El fetichismo de los títulos: Rubén Mújica Vélez

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“El hábito no hace al monje…pero lo viste”

Primero fueron los nobiliarios. Así como en Europa presumían de alcurnia que demostraban en un escudo, un castillo, un título de duque, marqués o al menos barón, los “nobles” sufrieron  su espantoso Waterloo; la Revolución Francesa aportó la osadía de que los “sanculottes”  ¡quemaron los títulos!, en los pueblos para que imperara el mejor de todos: el de ciudadano. Esa quema reflejaba las humillaciones cotidianas de los nobles a sus vasallos: tales como tener que palear el agua de los estanques ¡toda la noche!, para que las ranas no molestaran con su croar los delicados oídos de los nobles. Muchos de esos elegantes papeles fueron adquiridos merced a discutibles hechos: entre otros, al carácter dadivoso de alguna dama que se refociló con Su Majestad o con algún lujurioso clérigo, como el Cardenal Richelieu  

En México, al llegar los conquistadores e imperar el Virreynato se desató la “caza de títulos”. Entre otros fueron famosos los del Conde de Regla, que aún se presumen por arcaicos personajes, aunque sin mencionar su descendencia de la celebérrima “Güera” Rodríguez, que en la develación de la estatua de Carlos I o “El Caballito”, percibió de inmediato el error del escultor: había igualado los “tanates” del caballito que afirmó con conocimiento de causa: ¡como los de los hombres, son desiguales! Esta dama fue célebre por que tuvo sus arrumacos íntimos con Simón Bolívar, con Humboldt y otros muchos más, aún cuando quedó la duda si se atrevió a retar las furias de Averno al acostarse con el Arzobispo de México: ¡gerontofilia! No obstante, reconozcamos que aportó de su peculio para mantener vivo el movimiento de Independencia.

Recientemente, en el mundo de los títulos, el caso más sonado fue el de Fausto Alzati que se decía “Doctor”. Al descubrirse su impostura, se acuñó el emblemático “Falzati” Bien merecido, Este personaje en tiempos de Zedillo, puso tan estrictas reglas para los becarios en el extranjero que pasaban arduamente el tamiz;  solo mediante la rigurosa comprobación de su grado académico, para disfrutar de apoyos públicos. Fue el “Torquemada” de los títulos académicos. Hasta que se descubrió que no era doctor, ni siquiera licenciado. Heredó la ignominia de apostillar su apellido y dejarlo en los libros de la hipocresía popular; comedia burocrática.

Ahora en Oaxaca se esta escenificando una comedia de enredos. Gira en torno a la disposición del nuevo gobernante que para ocupar un puesto se debe contar con título profesional Ojo: esto es, significa ser profesionista. No tenerlo, no impide que el sujeto sea un profesional. Vale aclararlo por la confusión de uno de los afectados con esa medida tajante   

La decisión de Gabino Cué tuvo un aspecto adicional relevantemente impolítico: hay la versión que un burócrata ignorante de los andurriales de la política, declaró que no se recontratarían a 12,000 empleados que ocupan puestos de confianza y contrato, “por ser ulisistas” Alguien debió orientarlo: no se confiesan los crímenes, tampoco las hecatombes y menos los genocidios. Empedró el camino al infierno de la protesta social contra Cué.

De paso se reveló que en nuestra sociedad prevalece un fetichismo por los títulos que ante el anacronismo de los nobiliarios, se pretenden suplir con documentos apócrifos “producidos” en la “Universidad de Santo Domingo”.

Ciertamente, la legislación y la normatividad originada por el nuevo gobierno son muy formalistas: exigen título y cédula profesional para ciertos puestos. Ni duda cabe que existen autodidactas cuya amplia experiencia y conocimientos rebasan los de muchos profesionistas. Pero es un requisito a cumplir. Entonces: la ley es dura, pero es la ley. Además el vulgo dice: “o todos coludos o todos rabones”.Aquí el quid del asunto.

Ahora, decenas de nuevos burócratas están inmersos en un atolladero: creyeron que el requisito “era de a mentiritas” y que las excepciones se darían como acta en matrimonios colectivos. Parece que no es así. Es un aspecto. Por el otro, es discriminatorio en una sociedad en que miles de personas de humilde extracción han demostrado capacidades fuera de lo común, inigualables por profesionistas connotados. ¿En quién confiaría usted? ¿En el mixteco que ha ido recuperando suelos erosionados, reteniendo el agua y reforestando, es decir demostrando su capacidad en la práctica o en burócratas que declaran que han sembrado millones de árboles sin mencionar la mortandad padecida? ¿En el mixteco laureado ¡por el extranjero, naturalmente!, o en los “Apóstoles de Pro-Árbol” que nos acatarran con sus milagrosos millones de árboles sembrados y en desarrollo?

Así que en torno a los títulos, se plantea una disyuntiva. O se aplica con sensatez la exigencia y las excepciones concretas o se caerá en la inmovilidad burocrática, ya de por si lastrada por bisoños. Finalmente, la comedia de enredos ha reinstalado en toda su validez la expresión popular: en méritos académicos:

                               ¡Ni son todos los que están, ni están todos los que son!

PD. Por la “recochinas” dudas: algunos podemos aportar nuestro título de la UNAM y la cédula profesional de la SEP, respectivamente. Aún cuando sea de licenciado común y corriente. Vale

rubenmv99@yahoo.com