El crepúsculo del poder: Horacio Corro Espinosa

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horacio-corroEstán contadas las horas de un numeroso grupo de políticos mexicanos. El poder se les extingue a los que lo ejercieron sin frenos, sin equilibrios y de manera enfermiza. Por todos ellos ―gobernadores, diputados locales, y presidentes municipales―, el país se encuentra en la derrota, en la quiebra, a consecuencia de la soberbia de esos políticos sin fondo.

Por desgracia, el actuar de ellos está permitido, aunque no por escrito.

A los representantes de los ciudadanos se les admite vivir de esa manera insultante ante la pobreza del pueblo. De otra manera, esa presencia injuriosa que es como un sello de distinción, no se consentiría.

En todos los niveles políticos se encuentran historias pequeñas y mezquinas de intrigas y despilfarros, de frivolidades y de afrentas.

Después de estos seis o tres años de uso indebido de los dineros del pueblo, no pasa nada, se le ve como un problema menor sobre los grandes planes que tienen los hombres que vienen detrás a componer la entidad o a componer el municipio.

Los que llegan al poder, traen planes de garantía para que “ahora sí” funcione la cosa. Aunque no pasará de un ejercicio ideológico y propagandístico sin ninguna relevancia real.

Los que se van aseguran tener las manos limpias, y los que entran, presumen que no defraudarán al pueblo.

Los que llegan, presentan sus cuentas personales, que al final de las mismas serán aprobadas entre la zalamería y los elogios desbordados. No faltará el incienso, el discurso, el aplauso y la ceremonia.

En el crepúsculo, muchos políticos sienten miedo por la ingratitud del fuego amigo. Se dan cuenta que el poder no es vitalicio, que hay que dejarlo después de que se disfrutó por un tiempo.

Casi es hora de descender del altar y tomar la condición de hombre mortal. La familia o las mujeres deben comenzar a renunciar al oropel de la gloria, a los guaruras, al himno y a la estrofa.

La mayoría se resiste a perder la condición de dios. Pero el cetro, el poder y la corona, los recibirá el nuevo gobernante sin costo alguno y sin riesgo.

Algunos esperan una palabra, sólo una, para estar un rato más dentro de la fortuna y la gloria. Todos los que se van esperan esa palabra que es difícil que se pronuncie.

La familia real, amargada y dolida, comenzará su peregrinar sobre la geografía, sobre los recuerdos, sobre la nostalgia de quienes ayer los honraron y hoy los vituperan porque todos se dan cuenta que el tigre ya no tiene dientes.

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