Días de guardar, días de no olvidar: Luis Octavio Murat

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En la Oaxaca de mediados del siglo XIX “el correr del tiempo era lento. El paso de las horas lo marcaban el reloj de la torre de la catedral […] el calendario de la iglesia […] La gente se levantaba temprano en la mañana para rezar el rosario […] como a las tres […] Esas tempranas devociones eran seguidas de un refrigerio con chocolate […]”

“Luego los creyentes iban a misa a las cinco a la iglesia mas cercana. Se mataban las horas alrededor de la casa hasta las nueve, hora en que el desayuno era servido. La primera comida del día variaba de acuerdo con la posición económica […] Pero a nadie le faltaba una bebida hecha con chocolate hirviendo y agua, el champurrado”.

De esa forma amena y tranquila, Charles Berry, describió las costumbres y tradiciones matutinas en los Días de Guardar a la Capital de Oaxaca.

Dias santos, días de luto no de fiesta, días que lastiman por todo lo que pasó en aquellos fatales tiempos, cuando del “Carcaj lleno de flechas” se uso la que dio en el blanco, la flecha del rumor, de la mentira, del engaño, la de la lucha por el poder, la flecha que llevó a la cruz a Jesús de Nazaret; la flecha que por “segunda ocasión reunió a Pilato y a Jesús; con la diferencia de que Jesús ya no estaba en el vientre de su madre, sino en persona y masacrado por ordenes de los escribas y fariseos miembros del Sanedrín (Consejo Supremo Nacional Religioso de los judíos integrado por 23 jueces en cada ciudad judía, más el Gran Sanedrín, Asamblea o Corte Suprema de 71 miembros del pueblo de Israel que decretaron la crucifixión y muerte de Jesus en la cruz plantada en el Gólgota.

¿Se reunieron dos veces? Días de guardar, días de reflexión, días para leer y despejar la mente, días que permiten pensar en el sufrimiento de otros, y en el de nosotros, si el destino así lo dispuso. De esta forma y se desea vivir intensamente el significado de estos días, lea un espléndido librito de ficción de Jeffrey Archer titulado “Un carcaj lleno de fechas”, escrito en 1983 y compuesto de 11 cuentos cortos.

Uno de ellos es tierno, dulce como la inocencia de la infancia, el cual recuerdo con especial significado.

Sucedió, nos cuenta el autor, que en un pueblo polvoriento situado en un desierto del Medio Oriente, más bien se trataba de un campamento militar en el que vivía el comandante de la guarnición, su esposa y su hijo.

Una mañana el jefe militar se disponía marchar a su trabajo; al despedirse de su familia le recomendó a su hijo, pórtate bien y obedece a tu madre.

—Si padre, contesto el pequeño.

El niño terminó sus alimentos y su madre le dijo:

—Necesito que vayas al pueblo y compres algunos víveres que nos hacen falta; toma el dinero y cuídalo mucho. Recuerda obedecer como dijo tu padre.

—Si madre, contesto el chico, y marchó al pueblo a cumplir lo encomendado. Los soldados lo saludaban, bien lo conocían, pues era el hijo del comandante militar.

Cuando llegó al lugar de venta de víveres compró todo lo encargado por su madre; tuvo cuidado de que no faltara ningún encargo y, una vez comprobado que estaba completo, marchó de regreso a casa.

A mitad del polvoriento camino se encontró a una pareja abrazada por el sol y el sofoco del polvo que a cada paso se levantaba haciéndolos parecer como figuras de cera, blanquecinas de la cabeza a los pies. La mujer estaba embarazada y sentada sobre un burro, y el hombre jalando a la bestia que ya no podía dar un paso por estar fatigada al haber recorrido largo y penoso camino.

—Niño, gritó el hombre al pequeño y dandole una pausa de descanso al burro, ¿sabes cual es el caminó hacia Jerusalén?

—Claro, sigan adelante y lo encontrarán, ya están cerca.

—Gracias, contesto el hombre, que al ver los víveres que el niño cargaba se atrevió a pedirle un poco de agua para que su esposa mitigara su sed.

—Desde luego, contestó el niño. Beban deben estar muy sedientos y hambrientos. Así lo hicieron y cuando satisfechos, decidieron reanudar la marcha.

—Muchas gracias por tus bondades, le agradecieron los fatigados viajeros.

Adiós y que lleguen con bien y llévense todo esto porque les va a hacer falta. Y el niño les entregó todos los víveres que su madre le había encargado.

Al llegar a su casa contó a su madre lo sucedido y ella comprensiva por la bondad de su hijo le contestó:

— ¡Hay Pilato que le diremos a tu padre!

— La verdad madre, el comprenderá, no te preocupes.

Días de guardar, días de recordar que muchas cosas hay que dar y reparar en esta Oaxaca olvidada y abusada por sus gobernantes.

@luis_murat

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