Después del DF ¡todo es México!: Rubén Mújica Vélez

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Hace años se acuñó la frase “Después del DF todo es Cuautitlán” en palpable desdén por el resto del país. La frase emblemática del más intenso centralismo. Digna de Santa Ana y de muchos de sus implícitos seguidores por decenios. Solo lo acontecido en el DF y por ende en Palacio Nacional, bajo la paternal efigie rediviva de Porfirío Díaz, era trascendente. El resto del país, apenas algo anecdótico.

Se tendrá por exagerado. No. Más de un presidente de la República encarnó la esencia del tuxtepecano. En otras palabras: la Revolución Mexicana lo tumbó del poder y la costumbre de endiosar presidentes, lo consagró como el ícono de la autocracia…sexenal. Por eso, prevaleció la frase: “Después del DF todo es Cuatitlán”

Ahora lo vemos revaluado. Por Marcelo Ebrard Casaubón. Personaje de quien por cierto no sabemos mucho. Por ejemplo sus vínculos familiares con los Izquierdo Ebrard de violentos y carcelarios antecedentes. Obvio. Nadie es responsable del proceder de los familiares. Marcelo ha destacado ¡eso sí!, por la reiterada incorporación de sus féminas en turno a la nómina del DF. Interrogado al respecto “respondió”

                               ¡Pues ya ni modo.

Como si eso resolviera el nepotismo que ejerce autocráticamente

El pasado compromete y amarra. Como en irónico parangón los nexos familiares de Peña Nieto explican su meteórico encumbramiento. Este no se basa exclusivamente en la porra generalizada de féminas a las que parece “quemársele las habas”:

                ¡Quique Bombón, te quiero en mi colchón!

Peña Nieto no escaló con “Tío Montiel” por si solo. Sus orígenes familiares lo identifican a plenitud con el “Grupo Atracomucho”. Eso de paso explica que ese Grupo crisol del priísmo provinciano ¡díganlo si no que tenga sus raíces en Atlacomulco y Zacazonapan!, lo impulse mediáticamente: para acelerar la acumulación de capital en un  grupo en que ¡mágicamente!, coinciden exgobernadores arracimados. Por varias generaciones.

Pero volviendo a Ebrard. Sus “ansias de mataor” por el “quinto de la tarde”, por la titularidad de Los Pinos ¿en qué se basa sino en que es gobernante del DF?

¿Este, el DF, es TODO México? Esa es la visión de Marcelo y sus seguidores. ¿Por qué, que significa el nombre de Marcelo para los yucatecos, campechanos, chiapanecos, etc., citadinos y ya no digamos para los rurales? Nada. Marcelo es apenas una referencia televisiva vaga. Además que Marcelo heredó programas, formas de gobernar, “modito” político pues, de AMLO. Ni más ni menos que de quien ahora pretende desafiar. “Los patos le tiran a las escopetas”, podríamos decir. Marcelo no es más ni menos que un burócrata que encontró la mesa servida. Ahora posa como César Imperator.

La ambición de Marcelo no tiene tope, dijimos. Pero la “ambición rompe el saco”. En su afán de escalar “a la grande” acepta ¡lo que sea! Aunque se amarre una piedra de molino al cuello para hundirse en aguas cenagosas. Marcelo aprueba las “coaliciones” con el PAN. Los vínculos envenenados que solo los arribistas, los oportunistas aceptan alegremente. Ahora no solo acepta las “candidaturas de coalición” sino los “gobiernos de coalición”, a la usanza europea, moderna. Pero esa modernidad se confronta con el “neolítico político mexicano”. Se pretende establecer “la modernización” en un medio político lodoso. En donde impera el verbo MADRUGAR, diría Martín Luis Guzmán. En un medio en que prevalecen los “criterios” de Murat y Ulises Ruiz, de Marín y “Etilio” González el desgobernador jalisciense. Y otros trogloditas que precipitan al vacío la política.

Marcelo pues, como el personaje acartonado, busca un gato negro en un cuarto oscuro. Sin percibir que él, Marcelo Ebrard Casaubón, apagó la luz. ¿Quién es Marcelo Ebrard para un México de 105 millones de habitantes? Marcelo no percibe que “después del DF todo es Cuatitlán” es una frase vieja, anquilosada, que huele a cadaverina.