Descomposición social: Emiliano Golay

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Los tristes sucesos de Monterrey enlutaron a México. La reacción de indignación fue generalizada en todas partes y llamó la atención del mundo. La gente humilde de esa Ciudad Industrial llora la desgracia de sus hijos, empleados al servicio de personas que en mejores condiciones de vida buscaban el esparcimiento en un casino (propiedad de la familia Madero) irregular que por infortunio resultó su tumba.  Hubo oraciones pero también posicionamientos ridículos, acusaciones y deslindes torpes de la clase política municipal, estatal y federal. El hecho fue tema de debate en el medio intelectual y periodístico. Cobertura total y oportuna. Hubo duros, muy duros y encendidos cuestionamientos al gobierno y su guerra. Pero también autocrítica y repudio como “El no tenemos derecho a llorar” de Ramón Alberto Garza de “ReporteIndigo”; la reflexión desesperada pero juiciosa de Epigmenio Ibarra que enfatiza sobre el circulo perverso de una estrategia mediática gubernamental que “irrita y agravia” a los destinatarios de la fuerza castrense y policiaca inexperta. Carlos Alazraki tuiteo un mensaje justo: “Estoy muy triste por Monterrey. Pinches cobardes de mierda. ¿Y el Gobierno donde chingados está? (perdón por la groserías [dijo]) Ya me harté”.

Hay muchas, muchas voces que coinciden al unísono: RENUNCIA CALDERÓN. Y si bien coincidimos con esto, no es momento de simplificar ni de otorgar la menor atención a los panegiristas del Presidente que, con oportunismo y coraje visceral, repiten y repiten la culpa la tienen el PRI¡ Los gobiernos del PRI¡ Sin el menor análisis, sin la menor idea (pero claro que se hacen tontos¡) de que su clase fue y es la principal beneficiaria del modelo económico seguido por los gobiernos de antaño e impuesto a México por el poder del capital. Quién duda que es la casta divina del panismo la clase propietaria de los medios de producción o el fiel guardián de quienes concentran la riqueza, producto de la explotación a los trabajadores mexicanos? Pero vayamos por partes. En México hay una grave descomposición social. Hay una acelerada diferenciación social. Padecemos un proceso de pauperización altamente riesgoso que pasó del empobrecimiento acelerado y el despojo a los estratos campesinos, indígenas y obreros a la ruina de la clase media. En pocas palabras, ha crecido el ejercito de pobres, el ejercito industrial de reserva, la fuerza de trabajo desocupada que se vende para subsistir con su familia. Es decir, una clase cuya única posibilidad de salir adelante, con la precariedad y la sobreexplotación que impone el capitalismo, es vender la única mercancía que posee, inmanente a ella, a cada uno de sus integrantes: su trabajo, que produce excedentes. Plusvalía pues.

No es el caso discutir cómo el imperialismo derrotó al bloque socialista de la URSS o las debilidades de éste modelo burocratizado. Tampoco poner en tela de juicio la solidez del sistema Cubano pese a la embestida sistemática y el bloqueo Norteamericano a un pueblo que no se da por vencido, ni ponderar bien o mal la orientación de las democracias emergentes. A nuestro juicio, tarde o temprano la humanidad vivirá la paz definitiva de una sociedad sin clases o el colapso irreversible impuesto “involuntariamente” por los dueños del capita. Así lo vean sólo generaciones muy distantes a la nuestra, pero es una cuestión dialéctica y de tiempo innegable.

Por ahora basta decir que las sociedades empobrecidas o sobreexplotadas que han perdido la esperanza e ignoran su  destino, son precisamente aquellas que han sido alimentadas por la demagogia y el populismo gubernamental de ayer y hoy, las que tuvieron o padecen un corporativismo sindical o perduran con partidos políticos que no representan a la clase trabajadora. Pero todo esto es altamente riesgoso. Gobiernos al servicio de los ricos: que son cada vez más ricos y los pobres más depauperados. Explosivos como clase pero sin vanguardia, sin dirección, sin organización política alguna de la cual asirse. Sin rumbo a donde ir y con alto riesgo de caer en la anarquía o el terrorismo, precisamente por la falta de conciencia, orientación ideológica y pertenencia orgánica a un partido revolucionario que dilucide teóricamente las experiencias del mundo y los momentos actuales como condición para definir método, táctica y estrategias de lucha.

En México estamos muy lejos de la democracia o de la existencia de un partido de clase. Es más, un partido de clase se da para defender a los trabajadores del abuso y la inexistencia de democracia. Por ello la desconfianza en los partidos políticos y el hartazgo respecto de gobiernos incompetentes y corruptos. Los mexicanos no sabemos bien a bien a donde vamos. Y son precisamente estas condiciones las que de pronto exacerban las contradicciones  –social, política y económicamente hablando-, y nos meten en la disyuntiva de delinquir como individuos y como clase. Como individuos ante la miseria ofensiva que ya es parte nuestra, además de la falta de oportunidades de trabajo e ingreso para el sustento de nuestros hijos. Como clase en la medida en que la sociedad va generalizando su descomposición y sus integrantes individuales se agrupan para vender ya no su fuerza trabajo sino su capacidad de destrucción y venganza contra un sistema inmoral y escandaloso del que forman parte y no se atreven a cambiar por la desintegración social de la que forman parte. Cuanta más pobreza más rebelión. Por Monterrey y México necesitamos organización y orden ideológico sólido, para no ir al precipicio.

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