Del Zócalo a los Pinos: Raúl Castellanos

Print Friendly, PDF & Email

c7f“19 DE SEPTIEMBRE…LA VIDA NO ES MÁS QUE UN VIAJE HACIA LA MUERTE” –diría Séneca-; eran las 07:17:47 – del jueves 19 de septiembre de 1985, hoy se cumplen 31 años de aquel día en que a muchos les cambió la vida y a otros simplemente se les fue; esperaba en el alto de la esquina de Moras y Félix Cuevas en la colonia Del Valle, me dirigía a dejar a mis hijos a sus escuelas, de pronto los dos edificios a nuestro lados se comenzaron a columpiar, la gente corría, el semáforo se apagó, otros gritaban, una señora alzando los brazos se hincó, luego, una densa calma, la gente seguía casi corriendo en silencio; proseguí sobre Moras y llegue a sus Colegios, la magnitud de lo ocurrido en esa zona no se percibía, eran tiempos en los que no había celulares, internet, la radio del coche se había interrumpido; como todos los días tome Gabriel Mancera para dirigirme a mi negocio, “El Marquez de Oaxaca”, un restaurant de comida oaxaqueña, ubicado en la calle de Zacatecas 163 en la colonia Roma; al llegar al Viaducto todo el escenario cambió, personas gritando, llorando, ulular de ambulancias, helicópteros, carros abandonados, me estacione y me fui caminando, al llegar a la zona las escenas eran dantescas; recuerdo a don Armando -el “sonrisas” para los cuates- vivía acompañado de “Batman” su perro, en la planta baja de un edificio de seis pisos en la misma calle de Zacatecas -entre Tonalá y Jalapa- sus dos cuartos eran al mismo tiempo bodega de “aguas minerales” y Peñafiel de sabores que todos los días surtía -transportándolos en su bicicleta adaptada para tal efecto- en los bares, restaurantes y fondas de la zona, hombre solitario -viudo desde años atrás, sus dos hijos habían emigrado al “otro lado” en busca de fortuna- llevaba una vida metódica, a las seis de la mañana se levantaba, barría la bodega, luego realizaba el inventario para llamar y hacer su pedido, en el inter tomaba su cafecito y a las “siete y cinco” -casi con puntualidad Inglesa- sonaba la campana del camión de la basura, que se paraba a “media cuadra”, tomaba su “bote” y la salía a tirar -la suya, su basura-, sin embargo ese día el camión se retrasó, llegó casi a las siete y cuarto, ya viejos conocidos, bromeando les “reclamó” la tardanza y en eso estaban, cuando empezó a temblar, Toño el chofer se bajó y el “estoperoles” -el “ayudante”- pegó un brinco al pavimento, se quedaron inmóviles sin saber qué hacer, viendo como se mecían las casas y el edificio -era el único en esa cuadra-; “Batman” ladraba, se escuchaban gritos y el suelo no paraba de moverse, de pronto el edificio empezó a tronar, más gritos desesperados, luego -frente a sus ojos- se derrumbó, “se vino para abajo como acordeón”; don Armando y “Batman” fueron los únicos sobrevivientes de aquel edificio, la vivencia me la contó horas después, lloraba sin llorar, hablaba de las personas, las familias, los niños con los que había convivido -o simplemente conocido o saludado- durante varios años, como si no hubiera pasado nada, estaba totalmente descontrolado, fuera de sí, fue la última vez que lo vi; ese mismo día en la esquina de Querétaro y Tonalá me encontré a Rosario, una joven Veracruzana con el salero y la gracia de donde “hacen su nido las olas del mar” –según Agustín Lara- que trabajaba en “Marco Antonio”, un salón de belleza propiedad de un estilista del mismo nombre, ubicado en la calle de Manzanillo 19 entre Chiapas y Coahuila -frente a los tacos del “Jarocho” y los “vampiros” del “Tlacuil”-; estaba incontrolable, desesperada, nada podía contener su llanto -seguramente sus lágrimas aún deben seguir siendo perlas que alimentan los océanos de la tristeza-, habitaba en un edificio pequeño de tres pisos en Tonalá, vivía con su mamá, otros dos departamentos los ocupaban sus hermanos con sus familias, ese día -el 19- era su cumpleaños, por lo que, la noche anterior sus amigas le organizaron un “pastel” en la casa de una de ellas por los rumbos de Aragón, se hizo tarde y se quedo a dormir, fue la única que salvo la vida; así se fueron escribiendo las historias de aquel día, donde también las hubo de vida, ahí están los tres niños del “milagro del hospital Juárez” rescatados siete días después; septiembre 19 de 1985 fue un parte aguas en nuestras vidas, el despertar de una sociedad que resurgió de sus escombros y cenizas, que lloró a sus muertos, a sus desaparecidos, que sacó fuerzas de la flaqueza, que nunca perdió la esperanza de encontrarlos vivos o mejor dicho que nunca enterró a sus muertos, porque, como bien lo apunta Cicerón “la vida de los muertos está en la memoria de los vivos”…hoy no puedo pedirles que la pasen súper, hoy es un día de guardar y recordar, desde mi Gulag un abrazo fraterno para mi compañero de muchas batallas José Antonio Hernández Fraguas, ¡19 de septiembre siempre presente!…¿alguien puede asegurar que esto ya está decidido?…! 5 años de resistencia…ya solo faltan 72 días para que Gabino Cué pase a ocupar su lugar en el basurero de la historia ¡…

RAÚL CASTELLANOS HERNÁNDEZ / @rcperseguido