De plástico: Renward García Medrano

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Podría suponerse que la fiesta de plástico, luces y colores artificiales con que el gobierno del presidente Calderón pretendió celebrar el centenario de la Revolución obedeció a su desprecio por ese movimiento social del que sólo rescató a Madero, sin duda porque es el único revolucionario no contaminado con demandas sociales que repugnan a las buenas conciencias del panismo. Pero si uno recuerda las obras frustradas del bicentenario de la Independencia, tendrá la explicación más sencilla de la pobre celebración de la Revolución: la mentalidad superficial y la incompetencia del panismo en el gobierno.

Más allá del espectáculo se ha montado toda una campaña para desvalorizar la Revolución. Macario Schettino, por ejemplo, ha eclipsado las descalificaciones de Jorge G. Castañeda al negar la existencia misma de la Revolución, a la que no considera sólo “una construcción cultural que sin duda toma los hechos históricos y les da un sentido, pero que no se corresponde con ellos”. La visión de Schettino es interesante y atendible, pero su intención de demoler la Revolución no puede escapar a los lectores.

La razón es que no estamos presenciando una discusión académica, sino una disputa política de largo alcance. El panismo y sus adláteres atacan al gran movimiento social de 1910-1917, no por el afán de reescribir la historia desde la óptica del conservadurismo sino como parte de una negación más amplia: pretenden que el siglo XX mexicano no existió o que fue una era oscura pervertida por el priismo, al que consideran la encarnación del mal. Así razonan las mentalidades parroquiales aun en nuestro tiempo.

 

Al igual que otros países latinoamericanos, México nació y se ha desarrollado en medio de la disputa entre liberales y conservadores. Hidalgo, pero sobre todo Morelos, representaron las ideas avanzadas de su época, pero perdieron la guerra civil: fue Iturbide quien consumó la Independencia, no para satisfacer las demandas de los insurgentes a los que combatió, sino exactamente para lo contrario: mantener a la nación nueva sujeta a los intereses viejos: el clero y los propietarios de la tierra, las minas, el comercio exterior.

El siguiente enfrentamiento se dio a mediados del siglo XIX. Juárez y los liberales triunfaron sobre los conservadores y derrocaron a Maximiliano de Habsburgo, que había sido dejado a su suerte por Napoleón III; hicieron las Leyes de Reforma y consolidaron la República Federal, opuesta al centralismo conservador. Díaz gobernó animado por las ideas liberales, creó una extensa red ferrocarrilera que detonó el crecimiento de la economía e inició el desarrollo industrial, pero mantuvo la hacienda como unidad productiva fundamental en el campo y consolidó la estructura económica que perpetuaría la desigualdad.

Madero era parte de una familia de hacendados. Convocó al pueblo a que tomara las armas para hacer efectivo el sufragio y prohibir la reelección, pero no para repartir la tierra como lo demandaba Zapata ni para romper con los grandes caciques como Creel y Terrazas, sino únicamente para combatir la perpetuación de los “científicos” en el poder. Los conservadores, impacientes, no quisieron admitir que Madero era uno de los suyos y arroparon el golpe de Estado de Huerta.

Madero estaba en la Presidencia pero no tenía el poder de Díaz. Este poder estaba intacto y estuvo actuando en la sombra durante el interinato de León de la Barra, lo que determinó el distanciamiento del propio Madero con Emiliano Zapata, que se tradujo en la publicación del Plan de Ayala y la continuidad de la lucha armada. Huerta trató de eliminar a Villa y tuvo que conformarse con enviarlo a prisión y, por supuesto, desmovilizar a su contingente armado.

Era inevitable una explosión y fue precipitada involuntariamente por Huerta en la Decena Trágica. El asesinato del presidente de la República y la ruptura del orden constitucional fue inaceptable para Venustiano Carranza, que se levantó en armas en Coahuila, y para Álvaro Obregón, que lo hizo en Sonora. Zapata continuaría su lucha y Villa, habiéndose fugado de la prisión, volvería al campo de batalla y se convertiría en uno de los caudillos revolucionarios por excelencia.

México hoy es nuevamente objeto de la discordia entre los herederos del conservadurismo del siglo XIX, con el presidente Felipe Calderón a la cabeza y los herederos ideológicamente difusos del liberalismo y la Revolución. El PRI lleva en su nombre y su historia el apellido revolucionario, pero no ha definido cómo concibe la realidad del siglo XXI ni cómo, desde el legado ideológico que sostiene, el país podría resolver los problemas que el conservadurismo panista ha acentuado.

El PRD también es revolucionario de nombre y origen, pues se formó, como se recuerda, a raíz de un desgajamiento en la élite del poder priista. Se asume como representante de la izquierda porque algunos grupos derivados del desaparecido Partido Comunista se sumaron a los expriistas en el Frente Democrático Nacional para impulsar la candidatura presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas, pero tampoco este partido ha definido en qué consiste la Revolución que lleva en el nombre.

Más nebulosa aún es la identidad ideológica y política del PT, nacido a la sombra del gobierno salinista, y del PC, fundado por un exgobernador priista, Dante Delgado Rannauro, que se han convertido en plataformas partidarias de Andrés Manuel López Obrador, expresidente del PRD, ex jefe de Gobierno del D. F. excandidato a la Presidencia de la República y todavía sedicente Presidente Legítimo de México.

El partido (Re) Acción Nacional está renovando su dirigencia y allí parece haber dos posibles opciones, ambas con el aparente apoyo del presidente Calderón: Pablo Emilio Madero, descendiente de don Francisco y el primer aspirante a líder panista identificado con el presidente, y Roberto Gil Zuarth, joven abogado que aparece como otra opción del presidente. En cualquiera de las dos posibilidades, se perfila una candidatura presidencial para el 2012 apoyada por Calderón, cuya obsesión es no pasar a la historia como el presidente que entregó la Presidencia al PRI.

Si nos atenemos al discurso político y a la historia, el PRD y el PAN aparecen como las dos puntas del espectro ideológico del país. No obstante, ambos partidos se aliaron para presentar un frente de oposición al PRI en algunos estados gobernados por este partido y es probable que vayan en coalición a las elecciones del próximo año, sobre todo en el Estado de México, gobernado por el precandidato presidencial con más peso en las encuestas.

Al inicio del siglo XX, el país sigue estando en disputa, a mi juicio, sólo que los contendientes son un conservadurismo integrado pero tal vez con bajas posibilidades de ganar las elecciones de 2012 para un tercer período de gobierno panista, y un priismo desdibujado que no se ha definido a sí mismo como opción política actual pero es la primera fuerza electoral en la mayoría de los estados de la República.

Los problemas actuales de México, sin embargo, exigen definiciones: qué se piensa hacer frente a la expansión del crimen organizado, frente a la lenta recuperación de la economía, frente al crecimiento brutal de la pobreza y el consecuente debilitamiento de las clases medias, frente a la educación pública secuestrada por dos fuerzas sindicales que coinciden en respetar sus respectivos espacios y amenazada por la derecha que ve la oportunidad de privatizarla.

Las luces y los cohetes pueden distraer por unas horas o unos días o tal vez por unos meses a la sociedad, pero los problemas siguen tomando fuerza y aún no está claro si el conservadurismo panista se afianzará en el poder o si su contraparte, con raíces en el liberalismo juarista y en la revolución, podrá articular un proyecto de nación viable, creíble y aceptable.