De la mono-producción a la diversificación: Matatlán no es solo mezcal: Rubén Mújica Vélez

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Emblemático pueblo de los Valles Centrales de Oaxaca se le adjudica el sobrenombre de “la tierra del mezcal”. Significativo en una entidad en que prolifera el agave. No es gratuita esa denominación; aporta en torno al 50% de la producción estatal, aunque la expansión del cultivo tiende a reducir la  importancia municipal.  En amable plática con dos personas locales, Rutilo Prieto Cernas Presidente del Comisariado de Bienes Comunales y Luis Gómez Jiménez a su vez del Consejo de Vigilancia, se vislumbran los cambios positivos que se ciernen sobre esa subregión. Caracterizada por la profusión de “palenques” mezcaleros que estiman llegaron a existir 400, las exigencias del mercado han ido depurando el número: actualmente suman en torno a 100. En primer lugar se han expandido las marcas de diversos mezcales y el consumidor puede degustar desde el producido sin registro alguno, hasta los que alcanzan calidad de exportación. No existe denominación de origen que es una opción que no se ha explorado, aunque lograrla exige un consenso que probablemente no interese por la multiplicidad de marcas.

La producción de mezcal exige cuantioso consumo de agua y leña. La región, beneficiada con la existencia de elevaciones naturales como “Nueve Puntas” y otras, cuenta con suficientes volúmenes de ambos. No obstante, tienen claro que el futuro de la producción mezcalera va de la mano de un uso crecientemente racional del agua y la leña. Aquí reside uno de los aciertos que promueven con singular entusiasmo.

Han gestionado y conseguido con dependencias federales, la construcción de un embalse cuyo espejo de agua cubre cerca de hectárea y media. En  su fase final, con las actuales lluvias, casi lleno, revela la eficacia de su objetivo clave: la retención de agua y suelo. Se suma a una presa anterior que con casi 50 años, realizada con tierra compactada, es ejemplo de trabajo comunitario e ingenio técnico. La obra reciente, en proceso de conclusión, es motivo de orgullo de los comuneros: revisten la cortina de la obra con cantera de la zona. Aquí empieza a originarse un proceso de diversificación singularmente  interesante. Conciben la idea de aprovechar esta obra para crear un centro de diversión y esparcimiento familiar: restaurantes, chapoteaderos, paseos a caballo, “tirolesa” y ecoturismo integran un catálogo de atractivos que ampliarían el abanico de empleos en el pueblo. En “Nueve Puntas” aún merodean tigrillos y venados. Un aspecto cultural clave: la existencia de construcciones prehispánicas y la recuperación de 350 piezas arqueológicas, abren otras opciones a esa comunidad. Además de la clara percepción de mantener en Matatlán las valiosas piezas y no entregarlas a dependencias federales para su traslado al DF. 

La obra principal, el embalse, ha despertado el interés de los comuneros por ampliar el proceso de retención de suelo y agua. Es así que con apoyos secundarios del Programa de Empleo Temporal están construyendo diversas obras secundarias claves, que tienden a ese propósito primordial, en esa subregión caracterizada por pendientes pronunciadas. Abandonarlas a los elementos naturales, garantiza un proceso erosivo acelerado. Esto justifica el esfuerzo colectivo para obras de curvas a nivel con piedra acomodada adicionada por reforestación con especies nativas. Otras son muros de piedra en bajadas de agua, que retienen el agua e impiden la incidencia grave de cárcavas y torrenteras, paso inicial a la erosión acelerada. En fin, el abanico de proyectos concretos de bajo costo, revelan la claridad de ideas de los comuneros y el manejo honesto de recursos públicos. No es poca cosa en días que como los actuales se caracterizan por noticias desalentadoras: malversaciones, robos en palabras escuetas, saqueo de las arcas públicas. O aberraciones de burócratas insensibles a reclamos populares.

Matatlán, empieza a ser caso excepcional que se repite en otras comunidades de Valles Centrales en que se parte de un punto clave: la recuperación de agua y suelo, base para un proceso de diversificación productiva y ocupacional. Recordemos que desde hace decenios Oaxaca destaca entre las entidades más agredidas por la erosión total y parcial. Con base en información que analizamos de la extinta Secretaría de Recursos Hidráulicos aportamos una idea inicial: la correlación entre la baja consistente por  45 años de la cantidad de lluvias y la destrucción forestal en Oaxaca. Esto motivó una réplica irritada en los medios nacionales de un burócrata federal. Le respondí que él ignoraba que esa información tenía origen en la dependencia que “dirigía”. Aún no se han dimensionado las consecuencias de los aserraderos chiapanecos radicados en Oaxaca, por la veda forestal que impusieran en esa entidad en torno a 1993. Depredaron todos los macizos forestales del parteaguas de Valles Centrales. Pero fueron pingües negocios para “industriales de la madera”- rapamontes impunes- y burócratas corruptos. 

En pocas palabras, la erosión y pérdida de suelos sigue siendo piedra de toque en los programas productivos que ciertamente urgen en Oaxaca, pero que no vemos iniciar en el “gobierno del cambio”. Por eso, en tiempos aciagos en que la burocracia se ha devaluado en grados increíbles y en que algunos empleados federales y estatales solo alcanzan a concebir programas asistenciales, paternalistas e improductivos, lo que se avizora para Matatlán es sumamente alentador. El éxito radica en lograr la confianza sólida de las comunidades. A su vez, esta confianza es asequible con la honestidad de los empleados federales: el manejo pulcro de los recursos que son de la Nación y de  ningún partido político. Los actuales logros, ratifican la esperanza.