Cuando salí de la Habana válgame dios… (II y último): Eduardo Garduño

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habanaFascinados por el colorido discurso y el tono de épica triunfante, y con sus relatos de hazañas, de héroes que representan los ideales históricos de una clase y de toda una sociedad, de “un pueblo”, la intelectualidad progresista o de izquierda, multitud de artistas, escritores, jóvenes universitarios y muchas otras personas extasiadas ante lo que imaginaban también como su “futuro luminoso”, se negaron a ver la supresión de hecho, en Cuba, de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (“derechos civiles, culturales, económicos, políticos y sociales básicos con los que deberían contar todos los seres humanos del mundo.

Se consideran normas de derecho consuetudinario internacional y sirven de modelo para medir la conducta de los Estados”), no vieron el trato criminal dado a los homosexuales y a los disidentes del pensamiento único, la prohibición del rock y el pop, el capricho de que las barbas fueran declaradas ¡de uso exclusivo de los excombatientes de Sierra Maestra!, la prohibición a los jóvenes de llevar el cabello crecido por encima de las orejas o la férrea censura en la prensa, la literatura y las artes en general.

La quiebra económica que siguió al finalizar el subsidio ruso, hizo aflorar también la quiebra ética que subyace en aquellos movimientos revolucionarios en los que el fin justifica los medios, el culto a la personalidad avasalla el pensamiento y se pretende encausar la vida humana mediante el miedo al castigo ejemplar y el premio a la disciplina de la abyección.

En el año 2010, en respuesta a un periodista estadunidense de nombre JeffryGoldberg, acerca de la exportación del “modelo cubano”, Fidel Castro declaró: “El modelo cubano ya no funciona ni para nosotros”.

 Cinco años después de esta declaración y cincuenta y tres de la anti-imperialista Segunda Declaración de la Habana,  la bandera del imperio vuelve a ondear en esa ciudad entre aplausos, mientras la “familia revolucionaria” intenta el regreso a la economía de mercado instaurando otro modelo con patrones y dinámicas de producción y consumo puramente capitalistas, basado en la sobrexplotación de la mano de obra y los servicios profesionales, con salarios miserables como fuente clave de rentabilidad y una poderosa élite político-militar-empresarial corrupta y enriquecida desde las empresas del estado, más las que se le asocien, a la manera china o vietnamita.

 Adiós a El Capital y retorno al capitalismo de compinches resultó ser el despertar de aquellos regueros de nobles sueños y reales pesadillas. De los primeros sobreviven la educación, la medicina y el deporte universales, necesitados de urgente rescate y mantenimiento, de las segundas, las políticas castrantes del estado autoritario, policiaco, que aferrado al poder tratará de contener y encausar un tsunami de entusiasmo consumista para evitar que se transforme en avidez de libertades democráticas.

Finalmente, y como lo dicta el refrán comunista chino: no importa el color del gato, lo que importa es que atrape dólares. Tal vez, la peor secuela del ciclo de la revolución cubana sea ese crepuscular ensayo totalitarista en Venezuela, que día a día se asemeja más a un relato contado por un idiota, lleno de ruido y furia.

El nueve de enero del 59, día de la entrada triunfal de Fidel a la Habana, durante su discurso ante la plaza desbordada, una blanca paloma se posó en su hombro y allí se mantuvo hasta que el comandante terminó. De acuerdo a la popular religión tradicional yoruba-cubana, la paloma blanca simboliza a Obatalá, el hijo de Dios, por lo cual, para los santeros fue una señal de que Fidel Castro era el elegido por los Orishas para dirigir al pueblo cubano.

En Venezuela, el presidente de la República Bolivariana jura haber recibido, estando a solas, un mensaje de ultratumba directamente del Gran Caudillo del Siglo XXI transfigurado en un “pajaritico así de chiquitico” que en su piar, correctamente traducido, le mandaba seguir adelante, sin descanso y desde entonces se empeña en degradar la economía, la política,  y envilecer a los ciudadanos como método para someter a la nación a un grotesco simulacro de revolución llamada socialismo del siglo XXI, un revoltijo de ocurrencias, mitos y refranes populares que no alcanzan para ocultar la corrupción desenfrenada, la bancarrota del país y de una corriente del pensamiento mágico-político que ha soñado con la utopía social instaurando algunas de las peores distopías en los últimos cien años.

Vía Viral Noticias