Con ignorancia y miseria la democracia, es gran farsa: Alfredo Martínez de Aguilar

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¿Cuál es la razón última que explique a cabalidad la causa y origen de la prostitución y perversión hasta sexual de la mayoría de los hombres y mujeres integrantes de la partidocracia mexicana?

A nuestro leal saber y entender, sin ser simplista, la respuesta es simple y sencilla, en el sentido que la democracia representativa es una degeneración de las formas indirectas de gobierno.

Éste es el vicio de origen que incuba el huevo de la serpiente que termina devorándose a sí misma, a través de la corrupción y la demagogia, entronizadas por políticos cínicos, sin escrúpulo alguno.

Salvo honrosas excepciones, a la vista de los mexicanos están los cada vez más pésimos gobiernos federales, estatales y municipales, integrados por los peores kakistócratas en sus tres poderes.

Realidad que genera creciente descontento, sobre todo en las clases medias en franco proceso de extinción sobre cuyos hombros se sostiene la economía nacional, como resultado de las políticas fiscales confiscatorias.

Esta circunstancia aumenta las tentaciones autoritarias y el riesgo de la imposición “democrática” vía elecciones manipuladas de tiranías populistas de izquierda, cuyo ejemplo más próximo es Venezuela, o dictaduras de derecha, con apoyo del imperio norteamericano.

Aceptando sin conceder la visión churchilliana, que la democracia es el menos peor de los gobiernos, es una gran farsa y la mayor estafa en pueblos ignorantes y miserables como México.

Jamás hay que olvidar, además, que para ser realidad político-social, la democracia tiene prerrequisitos indispensables totalmente ajenos a la mayoría de los países de Hispanoamérica.

Amén de Latinoamérica incluimos a España y Portugal. La democracia requiere pueblos alimentados y nutridos, educados integralmente, con empleo e ingresos dignos y decorosos.

Caso concreto es México en general y, de manera particular Oaxaca, que sigue siendo víctima de la perversidad de los hombres en el poder central del Gobierno de la República Federal vigente.
Ello explica con toda claridad por qué el prefabricado conflicto magisterial dura ya 37 largos años, puesto que es más fácil manipular y desgobernar a un pueblo ignorante y hundido en la miseria.

Sus evidentes públicas y notorias consecuencias y repercusiones políticas, económicas y sociales, son la proliferación de 685 organizaciones sociales, convertidas en grupos de presión y chantaje.

Sin la debida preparación por suspensiones y paros escolares por la agitación de la Sección XXII de la CNTE, a miles de jóvenes no ha quedado otra que refugiarse en el ambulantaje, el taxismo y el mototaxismo.

Aristóteles deja muy claro que las formas correctas de gobierno lo son siempre en torno al bien común, y degeneran cuando solo salvaguardan los intereses de una parte de la sociedad política.

Con Aristóteles aprendimos, dolorosa y lamentablemente, que un régimen de gobierno, a pesar de corromperse y degenerar por la demagogia, puede seguir manteniéndose a lo largo del tiempo.

Por ejemplo, la democracia y la oligarquía, en tanto que regímenes degenerados, se salvan el primero por el asentimiento del número de su población y el segundo mediante el buen orden: “En general, las democracias encuentran su salvación en lo numeroso de su población. El derecho del número reemplaza entonces al derecho del mérito. La oligarquía, por el contrario, no puede vivir y prosperar sino mediante el buen orden” (Aristóteles, Política, 1320b-1321a).

Sin embargo, hay claras desviaciones en la degeneración de las formas de gobierno. La tiranía, en efecto, es una monarquía orientada al interés del monarca, la oligarquía, al de los ricos y la democracia, al interés de los pobres. Pero ninguna de ellas presta atención a lo que conviene a la comunidad en general.

De ahí que demagogos especialmente como el candidato presidencial del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), Manuel Andrés López Obrador, pretenda justificar su populismo con el lema “Primero los pobres”, por encima del interés general de la comunidad.

Uno de los padres fundadores norteamericanos, James Madison, dejó escrita en 1787 en El Federalista la distinción entre una democracia pura, formada por un número reducido de ciudadanos en asamblea, y una república o gobierno representativo, lo que Montesquieu define como aristocracia.

En torno a esta distinción, podemos afirmar que las democracias actuales en las que vivimos son, en realidad, una aristocracia por el principio representativo en el que se basan.

Con el final de la Segunda Guerra Mundial, las sociedades políticas resultantes del triunfo de los aliados sobre el eje Berlín-Roma-Tokio se polarizaron unas en torno a Estados Unidos y otras en torno a la Unión Soviética, conformando así dos bloques enfrentados durante la denominada Guerra Fría: las sociedades capitalistas frente a las del socialismo realmente existente.

Y, curiosamente, ambas reclamaban para sí el adjetivo de sociedades democráticas: unas serían las “democracias homologadas”, del Estado del Bienestar, y las otras las “democracias populares” del Socialismo real.

El Diccionario de filosofía marxista de Rosenthal y Iudin, ofrece la perspectiva del materialismo dialéctico, no encontramos esenciales diferencias entre una y otra clase de democracias, pues ambas son pluripartidistas y reconocen derechos políticos:

“Son rasgos característicos de la democracia popular la existencia de un sistema de varios partidos (excepto en algunos países de Europa); aparte de los partidos comunistas, hay otros partidos democráticos que mantienen posiciones socialistas y reconocen el papel dirigente de la clase obrera; la existencia de un tipo de frente popular que une a los partidos políticos y a las organizaciones de masas.

Las otras particularidades del período en que se forma la democracia popular estriban en la ausencia de limitaciones a los derechos políticos, en la mayor duración del plazo para acabar con el viejo aparato estatal, &c.” (“Democracia popular” en Diccionario de filosofía. Ediciones Pueblos Unidos, Montevideo 1965, pág. 111.)

La diferencia se encuentra no en criterios formales (derechos políticos, sistema de varios partidos) sino en la economía capitalista de mercado, lo que conduce a la ideología de la democracia como selección de elites dentro de la sociedad capitalista, formulada por Schumpeter en 1942: “método democrático es aquel sistema institucional, para llegar a las decisiones políticas, en el que los individuos adquieren el poder de decidir por medio de una lucha de competencia por el voto del pueblo” (Joseph Schumpeter, Capitalismo, socialismo y democracia [1942]. Aguilar, Madrid 1968, pág. 343).

Sin embargo, la democracia genera desigualdad, tanto en salarios como en posición social, pues el mercado requiere distintos productos a distintos precios -de lo contrario sería lo mismo una democracia capitalista que una democracia “popular”, socialista-, lo que implica que el Estado ha de intervenir para acabar con los efectos perjudiciales del mercado capitalista y así recuperar el “estado de equilibrio”, que dirían Lord Keynes o John Rawls que en su Teoría de la Justicia (1971) postuló un supuesto “velo de ignorancia” muy similar al contrato social roussoniano.

La democracia no es una forma de gobierno que suponga haber alcanzado el metafísico “Fin de la Historia” y con él la cancelación de la guerra como relación violenta entre estados. La democracia, al igual que la monarquía o la aristocracia, supone la posibilidad de su corrupción convirtiéndose en demagogia o incluso en tiranía: “las democracias principalmente cambian debido a la falta de escrúpulos de los demagogos; en efecto, en privado, delatando a los dueños de las fortunas, favorecen su unión -pues el miedo común pone de acuerdo hasta a los más enemigos- y en público, arrastrando a la masa. […] Antiguamente, cuando se convertía la misma persona en demagogo y estratega, orientaban el cambio hacia la tiranía; pues, en general, la mayoría de los antiguos tiranos han surgido de demagogos” (Aristóteles, Política, 1304b-1305a).

O, como señala Gustavo Bueno, en tanto que poliarquía, degenera en demagogia, es decir, “gobiernos populistas, que gobiernan “adulando al pueblo”, tratando de satisfacer sus caprichos relativos, por ejemplo, el consumo de drogas, de juegos, de deportes o de músicas entontecedoras” (Gustavo Bueno, Panfleto contra la democracia realmente existente. La Esfera de los Libros, Madrid 2004, pág. 145).
Del mismo modo que la democracia no es eterna, tampoco supone el establecimiento de ninguna paz perpetua.

Todo Estado implica por definición la apropiación de un territorio, de una capa basal, apropiación que no puede ser pacífica y que implica, por lo tanto, arrebatar a terceros un territorio por medio de la fuerza, o cuando menos impedir que lo dominen; esto implica a su vez la existencia de un ejército o capa cortical que mantenga o incluso aumente, según los casos, el territorio del Estado.

Es más, a medida que una democracia de mercado pletórico aumenta el bienestar de su población y eleva su nivel de vida, necesita de la apropiación de más territorio y recursos, aumentar la capa basal en lo relativo a determinados productos (el petróleo, por ejemplo, en el contexto de nuestras sociedades del bienestar).

Por lo tanto, toda sociedad estatal, en tanto que ha superado el nivel de la mera subsistencia, es susceptible de convertirse en una sociedad imperialista, como ya vio Platón en su República a propósito de una ciudad que necesita guerrear con los vecinos para poder mantener elevados niveles de opulencia adquiridos.

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