AMLO en Latinoamérica: ¿debut o despedida?: Raúl Castellanos

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La conseja popular reza que “los viajes ilustran”. Agregaría, despresurizan el estado ánimo; los hay culturales que nos hacen entender la magnificencia del talento humano; estar frente al David de Miguel Ángel en Florencia, Machu Pichu o la Libertad Guiando al Pueblo de Eugene Delacroix en el Louvre lo confirman; por motivos de salud son también recurrentes, sobre todo entre la “gente bonita” y con mucho “cash” que gusta de hacerse la cirugías y las “lipos” en Houston. En general, los viajes consolidan relaciones, incluyendo las que tienen que ver con las pasiones. Hacer el amor en un hostal de Venecia, después de haber cruzado “El Puente de los Suspiros” –que por cierto los orígenes de tal denominación no tienen nada que ver con el romanticismo. Se llama así porque está situado a la salida de donde se encontraba la cárcel hace siglos y los condenados a muerte al cruzarlo lanzaban su último suspiro-; al salir de una taberna gitana, después de haber escuchado una sinfonía de fados en el Lisboa Antiguo; o luego de degustar una cena escanciada con los mejores vinos en “Las Lilas” de Puerto Madero acompasados por el oleaje del Río de la Plata. Incluso también en el contexto de esa mezcla afrodisiaca de poder, política y sexo, Jorge Castañeda narra cómo estando prevista la visita del entonces –en mala hora de nuestra historia- presidente de la República Vicente Fox al Papa; Martha Sahagún le pidió “sugerir” al de las botas se casara con ella.

Así describe el episodio: “Martha me formuló una única solicitud durante un vuelo de Panamá a México, poco tiempo antes de su matrimonio: que utilizando el próximo viaje de Fox a Roma, donde se entrevistaría con el Papa, le ayudara a convencer al presidente de casarse con ella. Cosa que hice, provocando la molestia de Fox: ¿Tú por qué te metes en esto?”.

Sobre la “necesidad” de que todo aspirante a la Silla de Krauze –versión Peña FIL de Guadalajara- que se precie de serlo, se otorgue un baño de relaciones internacionales, en su libro autobiográfico “Amarres Perros” –todo un monumento al narcisismo y la egolatría- Castañeda dice: “En innumerables encuentros o conexiones Fox se apoyó en mí –y en otros- para afianzar lo que a todos los candidatos a la Presidencia de México –y sobre todo al primero en derrotar al PRI- se le exigía como condición sine qua non para ganar y gobernar: guarnecerse de credibilidad fuera del país”. Y a continuación describe “basta un ejemplo, quizá el más trascendente, junto a la visita a Washington: la asistencia de Fox a la toma de posesión de Ricardo Lagos en Chile el 12 de marzo del 2000, cuando permanecía atrás de Francisco Labastida en las encuestas”; en el mismo párrafo cuenta –Castañeda- siempre atribuyéndose el mérito, cómo a través de un cercano amigo, logró que Fernando Henrique Cardoso, presidente de Brasil se “tomara la foto con Fox”; aquella gira se complementó con otra visita a Andrés Pastrana presidente de Colombia,

Castañeda concluye sobe el tema “Ni Adolfo –Aguilar Zinzer- ni yo acompañamos a Fox a Chile. Supusimos que nuestros amigos se encargarían de él; además este tipo de invitaciones se suelen limitar a una o dos personas, en este caso Fox y Martha. Los condujimos hasta el aeropuerto, preparamos todos los acordeones posibles, confiamos en el talento escenográfico de Fox y en las dotes publirrelacionistas de Martha y ganamos la apuesta. Al candidato de la alternancia le salió redondo el viaje y sus encuentros con tres jefes de Estado”.

El tema viene al caso porque, recién en el contexto del viaje que realizó Andrés Manuel a dos países del cono sur, luciendo su mala memoria (por decir lo menos), Vicente Fox tuiteó “López Obrador ya déjate de juegos: ¿Apoyando dictaduras en otros países? No mereces México. No queremos el pejismo en nuestro país”. Contradicción que no merece más comentarios.

Al respecto, Bien dice la poeta Merlina Acevedo que “reconocer el talento ajeno es fácil, lo difícil es decirlo”; reconocerlo públicamente. Así, la comentocracia nacional ha guardado silencio, en el mejor de los casos, sobre lo que “en corto” reconocen como un acierto de López Obrador: su visita a la presidenta Michelle Bachelet y al presidente Lenin Moreno.

Ambos encuentros tuvieron dos simbolismos contundentes. Justo en el momento que la comunidad internacional llegaba al consenso de que Nicolás Maduro se ha convertido en un tirano fascista, Andrés Manuel dialogaba con la presidenta de Chile; una mujer de la que se pueden criticar aspectos de su gestión, pero nadie puede minimizar su autoridad moral y trayectoria histórica para criticar de frente al régimen venezolano. Al tiempo que sus detractores lo comparaban con Chávez y el limbo de Maduro, Andrés Manuel grababa un mensaje desde la oficina de Salvador Allende.

Por otro lado, su visita a Quito se dio en el momento más álgido de la confrontación de Lenin Moreno con Rafael Correa. Horas después de su reunión, el presidente ecuatoriano exilio a la irrelevancia política a su vicepresidente Jorge Glas, alfil de Correa en el gobierno y quien llevaba días criticando al mandatario. Los que con sus bolas de cristal ven al líder de Morena simpatizando con la izquierda autoritaria y protagónica que apuntaló a Rafael Correa, tienen como respuesta la interlocución de éste con Lenin Moreno, un presidente que hasta ahora ha dado muestras de intentar romper con dichos vicios.

Más allá de la polarización que genera en el ámbito interno; en este caso concreto de sus encuentros con Bachelet y Moreno, AMLO lució cómodo, se podría decir que “jugando de local en cancha ajena”. Surge la pregunta de si su gira es el antecedente de una buena relación con América Latina en caso de ganar en el 2018, o un espejismo de lo que pudo ser en caso de que no llegue a Palacio Nacional. ¿Debut o Despedida? El tiempo lo dirá.

¿Alguien puede asegurar que esto ya está decidido?

RAÚL CASTELLANOS HERNÁNDEZ / @rcastellanosh