Alianzas y estabilidad política: Miguel Ángel Sánchez de Armas

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Pronto se cumplirán 34 años de la firma del Pacto de la Moncloa. Este capítulo histórico es ejemplo mundial de civilidad política, partidista y social, en aras de salvar a España de una situación sumamente grave. La estabilidad que se logró con la firma de estos pactos -pues abordan varias materias- fue la materia prima no sólo del equilibrio económico sino de una transición hacia la democracia que todavía asombra a muchos.

 

La figura del presidente Adolfo Suárez destaca en este delicado proceso de concertación. Sin embargo, muchos analistas atribuyen a la vocación democrática del rey Juan Carlos y a su hábil operación política el éxito del pacto. No es novedad señalar que al caos económico español le acompañaba un correspondiente caos político, y en el caso particular de la mater patris la recomposición social no parecía de ninguna manera fácil después de 39 años de dictadura franquista. Sin embargo, la situación hacía impostergable una acción decidida para salvar a España de un punto de quiebre sin retorno, la cual adquirió forma en los pactos.

 

(Recuerdo como si fuera ayer aquella temporada: Oscar Hinojosa (qepd) y yo asistíamos, ojos abiertos y cada porto de nuestros sentidos como esponja, jóvenes reporteros mexicanos en misión extranjera, a las manifestaciones callejeras en Madrid y por las madrugadas manteníamos encuentros cuasi clandestinos con la Pasionaria y con Santiago Carillo, que se paseaba por las callejuelas “disfrazado” con bisoñé, o visitábamos al entonces joven Felipe González en sus oficinas sindicales y al ya viejo Manuel Fraga en una sombría oficina de muebles pesados de nogal y aroma de santuario, presidida por un Cristo de extraña belleza tallado en mármol, y por las madrugadas “picábamos” en el télex del palacio de telecomunicaciones en La Cibeles nuestras notas y reportajes, semanas inolvidables que llegaron a su fin el día infausto en que el diario capitalino para que el trabajábamos fue vendido y clausurada su línea editorial.)

 

El hecho extraordinario que entraña la concertación del Pacto de la Moncloa fue la sencillez en la formulación de los acuerdos, en los que se reconocen cambios imprescindibles en ámbitos como el económico, la educación, la seguridad social, la política agrícola y, por supuesto, las reformas en el terreno político. Si bien en la Academia y en los círculos políticos se ha privilegiado el análisis de éstas, lo cierto es que los acuerdos políticos hubiesen carecido de sustancia sin los cambios integrales que arrancaron en otras áreas y en ellas lo cambios difícilmente hubieran operado sin los acuerdos políticos.

 

Me viene a la memoria el Pacto de la Moncloa porque la situación actual de nuestro país es también grave. La descomposición social que ha generado violencia al extremo del atentado en Monterrey y se replica en otros rincones de la nación, parece difícil de restaurar. La desconfianza hacia las instituciones hoy se agudiza a consecuencia de los variados colores de los cristales utilizados para evaluar los resultados de la lucha contra la delincuencia organizada. La suspicacia se manifiesta en todos los órdenes de la vida institucional y ciudadana. La percepción de que hay un uso político de la inseguridad parece dar vida a la metáfora poética de Benedetti de que ciertos personajes públicos sonríen porque ven un superávit en su popularidad cuando el derramamiento de sangre parece hundir a sus adversarios…. sin incluir en la ecuación la incertidumbre y el miedo ciudadanos.

 

En este contexto, las críticas a las alianzas políticas han estado a la orden del día, con una visión inmediatista. Se olvida que la pluralidad no es la apertura a la vida de diferentes grupos partidistas, sino la diversidad de opciones que puede admitir o reclamar la ciudadanía. Cada partido político con registro representa una opción aceptada y hecha crecer por los votantes.

 

Las fuerzas políticas, sin embargo, no se agotan en los partidos. Están los sindicatos, las organizaciones no gubernamentales que han ganado fuerza en el escenario político, los grupos activistas defensores de los derechos humanos, de la perspectiva de género, las organizaciones juveniles y muchos más. Cada esfuerzo de organización ciudadana es un ingrediente más del enorme potaje que conforma la vida política y social mexicana. De hecho, cada individuo es un elemento a considerar en este gran mosaico de perspectivas.

 

La complejidad, sin embargo, no puede convertirse en pretexto de la inacción para articular esfuerzos de concertación. La crisis económica es una amenaza real que se agrava con la situación de violencia interna. El acuerdo político y social es condición urgente para lograr la estabilidad que nos conduzca a un camino más claro hacia la democracia.

 

El incremento de la violencia delincuencial y la consecuente acción gubernamental para enfrentarla, sin adjetivar por ahora su pertinencia, conlleva riesgos para la garantía del ejercicio de ciertos derechos. La gravedad de la situación no ha sido suficientemente reconocida y quizá por ello tampoco se ha explicitado la urgente necesidad de los acuerdos para lograr una estabilidad social que abra definitivamente la puerta hacia la consolidación de la democracia, al mismo tiempo que se camina en direcciones más claras hacia la definición de políticas que restauren el tejido social en los ámbitos más afectados como el de la pobreza, la educación, la impartición de justicia, la productividad, la transparencia y la garantía de todos los derechos humanos.

 

México requiere impostergablemente un acuerdo básico sobre el cual se dibuje claramente un mejor futuro como nación.

 

 

Profesor – investigador en el Departamento de

 Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.